Génesis [Capítulo 1.010 *Parte 1*] - Nuestra fama.


– A mi lo que me preocupa es cómo lo va a tomar Maureen.

– ¡Ay vamos, Alexander! No seas tan dramática, ya está lo bastante grandecita para entender que en algún punto debe separarse de Georg.

– Ese fue el motivo principal por el cual la cambió de escuela –resopló Clarissa.

– Pero pareciera que esa niña no entiende con nada –volvió a alegar Alexander para mi madre.

– Creo que eso es lo malo de que hayan sido niño y niña, al menos Bill como pudo jaló y embarcó a su hermano.

– Y ¿De verdad confían en ese tal David Jost? Digo, el tipo no es muy, ni mucho mayor que ustedes –Clarisssa estaba desparramada en uno de los sillones.

– Se ve buen chico…

Fue lo último que me interesó escuchar de esa plática entre mi mamá, la mamá de los Zandervang y su tía que no era muy mayor que los mellizos, tal vez dos o tres años.

En teoría yo no iba a ningún lado pero al escucharlas hablar de ese modo lo primero que se me vino a la mente tras husmear un poco fue ir con ella. Distraídas las mujeres y dejando a mi hermano esperando en la habitación por su vaso de agua con sigilo me fui a la entrada principal abriendo la puerta como si nada esperando que mamá se diese cuenta y gritará algo.

– ¿A dónde vas Tom?

¡Qué lindo! A mi madre jamás podía engañar. Sonreí para mis adentros.

– Voy por un refresco –regresé un par de pasos para encontrarme con todas ellas.

– ¡Mira que curioso! Yo también voy por unos para nosotras ¿vamos? –propuso Clarissa, mamá torció el gesto demostrando que le daba igual y Alexander me ignoró por completo.

– ¡Bueno, estos creen que nos toman el pelo o qué! –escuché de parte de mi mamá.

Salimos en silencio, Clarissa detrás de mí, de cierto modo la sentí como si la hubiesen mandado a custodiarme.

– Seguro no ibas por un refresco ¿verdad? –recargada en el pórtico con insolencia, Clarissa se detuvo ahí después de que había cerrado la puerta y yo caminé unos tres o cuatro pasos– porque esa escusa fue muy tonta –al ver que no le dije nada prosiguió– para que veas que soy una linda, yo te llevo –agitó en lo alto una llavecilla.

Nadie amaba tanto a Clarissa como nosotros cuatro lo hacíamos, lo alcahueta que era con sus sobrinos la hacía sumamente adorable y siempre nos facilitaba cualquier situación para que hiciéramos de las nuestras.


… Γ έ ν ε σ ι ς …


– ¿Qué se traen esos dos?

«¿Qué se traen esos dos? ¿Qué se traen esos dos?» repetí para mis adentros al escuchar a Clarissa preguntarle a Bill y Hagen, bueno a final de cuenta qué diablos les importaba ¿No?

– Creo que hicieron algo así como una apuesta, donde Maureen no le dirigirá ni una sola palabra hasta que Tom deje de comportarse como un patán –respondió mi hermano y al mismo tiempo Hagen y yo bufamos, la diferencia fue que él lo hizo con burla y yo quejándome por lo chismoso que suele ser Bill.

– Eso explica el por qué le abre la puerta y roza cariñosamente su espalda baja –volvió a preguntar Clarissa, adoraba burlarse.

– Ahm –Hagen dudó– no, yo creo que lo de la puerta es parte de la apuesta, la mano –volvió a dudar– es más otra cosa, ya sabes.

Me hubiera detenido a patearle las bolas con gusto pero el día de hoy estaba condenado. Así que solo les hice una cariñosa seña con el dedo medio de mi mano derecha.

– Eso no es comportarse bonito –se burló Clarissa.

Los miraba muy divertidos a mis costillas en el pórtico del estudio y por un momento la idea de pensar qué hacía Clarissa ahí comenzaba a mermar mis pensamientos y recordé que estábamos a nada de marcharnos a París. De mis pensamientos me sacaron sus risas, al parecer seguían burlándose de mí con descaro. Total, qué más daba, yo tenía asuntos mejores que atender.

Me adentré a mi auto e hice chirriar las llantas, ella distraída cuando tomé su mano que reposaba en su pierna, no la rechazó. El plan era sencillo y muy básico, tenía una especie de condena y aunque me pesaba llevarla, la estaba disfrutando. Era yo, y era ella quien había logrado sacar lo mejor de mí, no sé cómo lo lograba y sus trucos maliciosos siempre funcionaban a la perfección con mi débil yo.

¿Qué era lo que me hacía ser un tonto y débil cuando estaba a su lado?

Tan así que un estúpido smoking me estaba esperando en el penthouse de Maureen. Rogué porque no me obligaran a asistir, pataleé en frente de Maureen. Me agarré a golpes desde la cocina hasta mi habitación con Bill y la única que se salió con la suya fue la tonta de Mia. De los años que llevaba de conocerla, siempre, siempre tenía que salirse con la suya y hacerme vestir ridículamente formal para ir a parar a las ridículas cenas familiares en su casa. Y hoy era una de esas ocasiones, todo, para que pudiera venir con nosotros a París.

Me lleva la chingada.

Maureen llevaba tres días con su media indiferencia, los mismos tres días que llevaba aquí. Cargando con la culpa de haberme hecho el chistoso con otra chica y que todos fueran a correrle con el chisme. Mientras subía el elevador hasta la parte más alta, la tomé por la cintura y la acerqué a mí soltando un suspiro sin haberlo planeado, recargó suavemente su cabeza a la altura de mi hombro, pasó su brazo alrededor de mi cuello y como suele ser todo transcurrió en un segundo.

Salí a trompicones y besos del elevador, con precaución de sentir lo que pisaba y no caer rodando junto con Maureen e ir a estamparnos al suelo. La arrinconé en la pared más cercana y le llené el rostro y cuello de besos, de caricias, de mí.

– No hice nada…

Entre jadeo le musité suave al oído.

– Lo juro…

Mientras mis labios rozaban su mejilla y llegaban hasta el lóbulo de su oreja para lamerlo con deseo, recibí a cambio la mejor de las sensaciones: sentir como todo su cuerpo se tensaba por la excitación.

– Créeme…

Repetí y de pronto mi playera desaparecía y la hacía mía, solo mía.


… Γ έ ν ε σ ι ς …


– ¡Por favor Tom! –grité– detente.

– No lo voy a hacer, te dije que no te ibas a resistir.

Burlón me dijo, también jadeaba, y aunque era yo quien estaba sobre él, iba a desventaja.

– Suficiente. Me rindo –declaré y me dejé caer sobre su cuerpo medio desnudo.

Él se rió con satisfacción mientras su respiración era, de igual, agitada como la mía. Entre una pelea de caricias y besos no logré hacer que se pusiera el smoking.

Me acariciaba la espalda por completo, desde la nuca hasta llegar muy provocativamente abajo, con sus amplias manos me daba uno que otro apretón al mismo tiempo que enterraba su cara en mi cuello y exhalaba más aire del debido.

– No tienes que montarte encima de mí después de haberme hecho el amor para que me ponga ese estúpido smoking.

¿Qué había dicho?

«Hacerme el amor». Respondió su misma voz dentro de mi cabeza. Imposible que él pensara de esa forma. Se giró sobre mí dejándome prisionera entre el colchón y su cuerpo. Su rostro estaba algo inexpresivo, sus parpados permanecían cerrados y su respiración se había hecho lenta. Bajó su rostro hasta mi mentón y lo besó a un costado.

– Sabes que te amo lo suficiente para hacer el ridículo e irme a parar a esa casa de locos.

– ¿Qué dijiste? –dije con apenas voz.

– Que me voy a poner esas ropitas ajustadas para ir a casa de la tonta de tu amiga…

– No, no, no. Eso ya lo entendí, la parte antes de eso –juntó el cejo y miró para sus costados. Lo aventé hacia tras para poder sentarme.

– ¿Qué? ¿Qué te amo? ¿Eso Maureen?

– ¡Eso! –lo expresé con todo el terror posible e inimaginable.

– ¿A caso es algo menos que eso? –me preguntó y me quedé muda asimilando sus palabras– y si no es eso, explícame cómo es que le hago para hacer tan bien tantas tonterías y yo ni cuenta me doy.

– Ahmm… pues… ehhh…

– ¿Ves? No hay respuesta –posó su índice sobre mis labios– shhhh…

Me besó. Como pocas veces lo había hecho en su vida.

– Odio tu «fama» y lo que le circunda.

– Yo también, pero adoro tus celos –enunció pausadamente– tus caricias, tus besos, todo de ti. Te adoro.

– ¡Y yo adoro el cómo pierden el tiempo! –la irritada voz de Mia se coló a nuestros oídos– solo respondan una cosa: van comenzando o ya están terminando –miró el brazalete en su muñeca que era su reloj– hay una cena a la que asistir ¿lo recuerdan? ¡Ya es tarde!

– Bueno a ver qué pedo contigo hija…

Tom tensó los brazos. Los acaricié.

– Por cierto, hay que decirle a la mucama que no ande dejando los trapos tirados por todas partes.

Agitó algo blanco en su mano y lo aventó con dirección nuestra. Como un bólido Tom se levantó hacia ella que salió corriendo enfadada, y Tom, azotó la puerta de mi habitación. Lo blanco era la playera que le despojé cuando llegamos.

– Ah no bueno, …che gata. Hija de su… Vete a la chinga… –siguió refunfuñando y se acercó nuevamente a mí con paso furioso– Que quede bien claro que ni por mi hermano estoy asistiendo a la fiesta, lo hago solo por ti.

– ¡Gracias! –me fui contra él en un abrazo para besarlo.

El lema fue: si ya íbamos retrasados, qué más daba llegar un poco más tarde.

Al fin y al cabo tendríamos a Mia y Bill sobre nosotros durante bastantes días molestando con lo mismo.

Entrar a la mansión Dumarc ya de por sí era todo un show, ahora con la famosa fiesta donde ponían a prueba a mi hermano y los gemelos para hacerse notar en sociedad y evaluar el comportamiento que tuvieran lejos de su «mundo de fama» donde su manager los dejaba hacer lo que se les viniera en gana, según las palabras recitadas de la mamá de Mia.

Hasta hace un par de días atrás que Mia fue a avisarle a sus padres que iría con nosotros a Francia, no tenía idea de que sus padres estuvieran tan al tanto de la vida de mi hermano y lo que se decía de ellos, así que si quería agarrar su maleta debíamos asistir a su galante fiesta ya programada ­–que seguramente se había sacado de la manga la Señora Dumarc en ese momento solo para ponernos aquella prueba– y pasar con diez la asistencia.

Las cláusulas: cero alcohol, lindas sonrisas toda la noche, nada que sea inmoral ante la alta sociedad, vestimentas de etiqueta rigurosa, peinados y chongos altos, lenguaje cultamente apropiado, bañados y perfumados. Para cuando les avisó de aquello mediante una llamada por Skype a los chicos que aún permanecían de gira los comentarios en burla se soltaron enseguida…


– ¿Vas a ir tú? ¿A mi presentación? ¿Y…? –refunfuñó Tom en menos de medio segundo.

– Pues claro –dijo Mia queriendo ser amable con Tom.

– Por Dios… no puedo… o sea, son mis guaruras ¿No? Los que van conmigo son los que, puedo, puedo decir que por favor te digan que no, oshh, que pase otro tipo de gente porque… carajo. Bueno qué pedo con mi carnal, está pendejo o qué chingados.

– Con respecto a las clausulas, chicos, esa es la parte mala. Nos debemos vestir de noche y largo, peinados altos ¡Y! –hizo fuerte su voz antes de que alguien pudiera decir algo– los que tengan cabello largo lo deberán amarrar y para ti Tom pues trata de hacer tus rastas menos evidentes.

– ¡Bueno! ¿Eres o te haces chinga? –le respondió– ¿Cómo piensas que lograré ocultarlas si las llevo por toda la cabeza… es más –renegó– yo no pienso asistir una vez más a una ridícula fiesta de tu familia.

– ¿Te ponemos un turbante? –sugirió Mia.

– Por mí quédate en tu casa –bufó Tom y de inmediato Bill le dio un golpe en el pecho con el dorso de su mano para que se callara.

– Bueno, Bill –dijo Moritz detrás de él levantando la voz– el peinado alto para ti creo que ya no será problema –tocó su elevado cabello puntiagudo.

Todos enseguida soltamos la carcajada y Mia nos la cortó.

– Bañados y peinados…

– ¿Nosotros? –volvió a alegar Tom.

Sí –dijimos Mia y yo al mismo tiempo. Tom ya se estaba poniendo insoportable.

– O sea qué te pasa, yo me baño una vez al año –Bill comenzaba a sobarse la frente de exasperación al ver por millonésima vez pelear a su hermano con su amiga.

– Los quiere bañados, peinados y perfumados –recalcó Mia una vez más.

– Mejor, hago una fiesta privada –dijo Tom muy altanero– hago mi cena, en Paris o donde chingados yo quiera porque tengo mucha lanota y me voy en mi súper camioneta –cuando Tom se ponía de necio con Mia no perdía la oportunidad de echarle en cara aquel incidente en su camioneta cuando se conocieron.

– El problema es que Bill quiere llevar a Mia y Maureen quiere que vaya Mia –dijo Moritz a un lado de Tom.

– Entonces te chingas –remató Gustav.

– ¡Ah pues qué! Entonces váyanse ustedes, yo que puta culpa tengo que la Miau se quiera colar.

– Porque quieres a Maureen, aceptas. Porque quieres a tu hermano, te chingas –finalizó Gustav.


Ahora estaba de pie frente a mí con ese traje ceñido al cuerpo, se colocó una banda en la frente y trató de que las rastas no se vieran tan voluminosas. No le hacia falta nada más.

– Te ves hermosa –dijo y suspiró– en cambio yo me veo como un idiota, embarrado, apretado y con estos zapatos duros. Me siento tan… ¡Bill!

Solté una risita. Ese era el problema, sentirse tan como su hermano que en este caso seguramente portarían el mismo e idéntico smoking.

– Tú te ves genial para mí –me acerqué a sus labios dejándole un poco de lipstick que relamió.

Sus manos fueron directamente a mi espalda desnuda, el vestido que Mia se había encargado de darme era de un escote prominente en la espalda. Con los tacones puestos me era más sencillo estar a la altura de Tom. Mis manos fueron directamente a su nuca y mis brazos sintieron la suave tela del smoking. Aspiró con dificultad, no podía ocultar su felicidad corporal aunque quisiera y yo era muy débil ante él.

– Si te piensas acercar a mí con esos labios provocativamente pintados de rojo: te funcionará y no saldremos de esta habitación hasta que sea hora de pisar el aeropuerto para irnos a Francia. Tú decides.

– Tramposo.

Encogí la nariz y me reí por su osadía.

Al cabo de menos de media hora estábamos entrando a la residencial de los Dumarc. Desesperados por no sentirnos fuera de lugar, tan espontáneamente y sin darnos cuenta ambos tomamos nuestros celulares.

­– ¿En dónde están?

Dijimos a la par. Él llamó a Bill y yo por mi parte llamé a Moritz.

– Me contestó Clarissa –dijo.

– Moritz me dice que Clarissa te contestó… ¡Osh!

Exclamé, por lo absurdo de nuestras llamadas, Moo me dio su localización: hasta el fondo tocando pared, atravesando la sala principal que fungía de pista de baile. Ahí ya estaba Moo con Clarissa como pareja, se suponía que Bill con Mia y Gustav con Jem que no perdía oportunidad para mezclarse y convivir con los chicos que cada vez más se hacían famosos. Justo era ella que cruzaba a un par de metros de nosotros con un vaso en cada mano, precavida porque los bailarines en la pista no la fueran a derribar se alejó dándonos una pista de donde estaban.

– ¿Qué rayos hace ella aquí?

Tom que ya traía de por sí mal genio por venirse a parar aquí, me confirmó que no sabía absolutamente nada de la presencia de Jem. Lo tomé por el cuello acercándome a él, me posé debajo de su oreja y le besé.

– Cálmate ya Tom, en cuanto terminé la fiesta podrás estar desnudo si quieres y solo si también te place…

– Contigo a solas y desnudo con tu cuerpo –se giró un poco para encararme.

– Trato hecho –sonreí.

Miramos al frente para mediar cómo pasaríamos entre los que se divertían danzando una melodía de Rock & Roll.

Me percaté que era justo el día de la perfecta sintonización con Tom, ambos con la mirada al frente y perpleja sobre la pareja que demostraba más ímpetu al bailar; yo ladeé mi cabeza a mi izquierda y Tom sobre su hombro derecho. En una actitud de zombi los dos mirando aquello, era de no creerse. El baile era ejecutado con tanta precisión, justo como si lo vieras directo de una película, las vueltas, los giros de cada cuerpo, el movimiento de mano característico del ritmo, ¡incluso hasta las sonrisas! Lo estaban disfrutando, estaban bailando Rock & Roll de los años 60.

– ¿Ese es tu hermano? –aún incrédula expuse lo obvio.

– Y esa… ¿Es tu amiga? –me respondió Tom.

– ¿En qué momento Bill aprendió a bailar… Rock & Roll? –no cabía de la impresión.

– ¿En qué momento se dejó engatusar por Miau?

Después del gran espectáculo que nos brindaron, felices se acercaron a nosotros.


… Γ έ ν ε σ ι ς …


Cuando dimos el último giro justo en el momento exacto en que la música se terminó los pude ver de pie frente a nosotros como tontos. Le hablé al oído a Mia para anunciarle que ese par por fin se había dignado a pisar este lugar. Miré mi reloj, pasaban ya las diez de la noche. Negué con la cabeza mientras Tom no me despegaba la mirada.

– ¡Hey! Qué bonita hora de llegar –expresé y le solté un golpe en el hombro a Tom, que llevaba las manos metidas en los bolsillos– nos estábamos aburriendo y decidimos alegrar la pista de baile.

Mia había entrelazado su brazo en el mío y de pie nos veíamos con un porte increíble.

­– ¡Ya nos dimos cuenta! –soltaron a la par.

Se me crispó el rostro por un segundo, algo pasaba en esos dos que traían una bella coordinación. Dejé de lado el detalle y nos acercamos a donde el resto de los chicos estaban, sentados, de una manera por demás recta, sin cigarrillos en las manos, con vasos de limonadas, los trajes y vestidos aun en su debido lugar, Gustav sin su piojosa gorra, Georg con el cabello bien sostenido por la nuca sin que se notase mucho por detrás y enseguida reparé en mi hermano, que de entrada tampoco traía gorra y las rastas no las traía sostenidas en una coleta alta como habitualmente, ésta era como la de Georg, a la altura de la nuca y con tres amarres más haciéndola tubular. Las chicas con sus vestidos largos y escotes por todos lados se veían fenomenales.

El silencio se había creado entre los ocho hasta que Jem lo cortó, al parecer todos nos examinábamos los unos a los otros.

– ¿Te despintaste las uñas Bill?

Tartamudeé un poco.

– Pues sí, la invitación decía que nos disfrazáramos de gente de sociedad… y ¡Henos aquí!

­Todos nos encogimos de hombros y miramos a Mia.

– ¿Qué? –se quejó– ¡Osh! Tranquilos, ya lo resolveremos cuando estemos a millas de aquí, tan solo soporten unas horas más… que delicados.

– ¡Qué encantadores jóvenes! –una suave voz se mezcló después de la de Mia, una muy parecida– Maureen y Moritz que bien lucen, lindo diseño nena.

– Gracias –respondío Maureen y Viveka le sacudía la solapa a Georg.

– ¡Oh! Y Clarissa, mira nada más que delicia de aretes llevas puestos –Clarisa asintió con una sonrisa amplia aunque claramente se percibía que lo único que anhelaba era despojarse del vestido.

– Tú debes ser Gustav –con su delicada mano enguantada más arriba del codo se la estiró a Gustav que de inmediato se puso de pie.

– Mucho gusto –galante el Gus prosiguió a presentar a su acompañante–. Ella es Jem.

La mamá de Mia no se distinguía por ser muy sutil y la miró de arriba abajo terminando en su rostro con una sonrisa para Jem.

– Y por último ¿Dónde estás Tom? –miró para ambos lados hasta que lo encontró detrás mío– ¡Ya te vi! –de igual lo examinó con un poco más de rigor de pies a cabeza sin fingir sus miradas hostiles hacia él. Abrió la boca y la volvió a cerrar, luego, dirigió miradas para todos– es una lástima que Dirce no esté aquí para que disfrutemos todos el bello momento.

Todos hicimos caso omiso a aquel comentario y nos retorcimos un poco en nuestros lugares.

– ¿Pasé o no la prueba esta vez? –murmuró Tom a mi oído. Torcí la boca, desconocía también lo que Viveka alardeaba.

– ¡Ya escucharon que bella canción! ¡Un clásico! ¿Bill? Cariño es hora de que me muestres tus mejores pasos.

Viveka estiró su enguantada mano a mí, la melodía que sonaba era la famosa canción de Benny Goodman y después de siete minutos de estar bailando swing y dejar a Viveka con el Señor Cort regresé escurriendo un par de gotas de sudor a donde estaban los chicos.

– ¿Swing? ¿Estabas bailando swing? –escandalizados todos me miraron inquisidoramente.

– Podría vender esto a la prensa y hacerme de unos buenos billetes –enunció Hagen.

– Y yo podría decir quién es Maureen –lo reté.

– De acuerdo, de acuerdo. Tú ganas –dijo Maureen tapándole la boca a su hermano– no es necesario tanta hostilidad.

– Cobardes –se burló Tom y Maureen le dio un codazo en las costillas– ¡Oh! Quédate quieta mujer…

­– Buenas noches jóvenes.

Todos dimos un respingo, una cosa era hablar o convivir con Viveka y otra muy distinta estar frente al Señor Cort, que de por sí su aspecto era demasiado imponente aunado con su tono de voz, nos hacía cuadrarnos enseguida.

– Buenas noches –dijimos todos como si estuviéramos en un salón de clases.

El Señor tenía un vaso corto con hielos y un líquido ámbar, lo agitaba un poco en movimientos oscilatorios. Una media sonrisa estaba en su rostro. Se acercó a Mia para abrazarla y ella hizo lo mismo recargando su cabeza en el brazo de su padre.

– Creo que ya ha sido suficiente drama de buenos modales por una noche para todos ustedes –esbozó una ligera sonrisa– Viveka ya se ha divertido bastante con sus caras de frustración y tengo entendido que el vuelo a Francia sale temprano por la mañana. De manera que son libres.

– ¡Woah!

Gritamos todos, saltando y arrugando los outfits, empujándonos y abrazándonos; hasta que nos dimos cuenta del alboroto que hacíamos y que llamábamos la atención más de lo debido.

– Pues o sea no me esté quitando el tiempo, Señor –murmuró Tom solo para nosotros mientras seguíamos festejando.

– Anden, fuera.

Dijo el Señor Cort mientras nos alejábamos Mia se regresó para despedirse de él y para nosotros levantó su vaso en honor. Mia se acercó corriendo.

– ¿Qué dicen, Antioquia?

Nos miramos y festejamos su gran idea a mitad de la pista de baile.

– ¡Antioquia!

Nos tomó menos de media hora llegar hasta la playa. Lo primero que desapareció en el camino fueron los tacones y los zapatos pulcros, los sacos y chalecos.

La escena que se posaba frente a mí era de esas a las que nada, ni la fama le llega en satisfacción.

Del auto de Hagen salían Clarissa, Gustav y Jem todos descalzos, con un derrapón llegaba el auto de mi hermano con una canción seguramente del iPod de Maureen a todo volumen lo que enseguida prendió a los chicos. Tom y Maureen bajaron al mismo tiempo dejando las puertas abiertas, mi hermano se había arremangado el pantalón hasta las pantorrillas y ya traía la camisa por completo desabrochada. Tomó la mano de Maureen y la hizo correr un poco, la atrapó por detrás y la giró en lo alto, ella se deshacía en risas. Me la contagió un poco. Luego Tom la sostenía frente a él besándola. Del otro lado Gustav ya había logrado encender una fogata que se unía al alumbrado artificial de los faros de nuestros autos. Jem y Clarissa platicaban con Hagen, hacían ademanes exagerados con sus manos, lucían divertidas haciendo nudos la camisa que ya no portaba mi amigo.

– ¿En qué tanto piensas?

Mia estaba parada a un costado mío ya con su cabello suelto y el viento se lo movía a placer.

– Pensaba en lo magnífico que se siente estar así, aquí. Sin que nadie te moleste, sin que nadie te mire, que te ordenen punto por punto cómo es que se debe fingir una sonrisa ante los medios de comunicación.

»El estar aquí con mis verdaderos amigos me hace pensar que no hay un mañana tedioso que me espera y que la gente cree que somos tan perfectos que necesitamos estar postrados en una vitrina de cristal sin que nadie nos toque por miedo a que su mina de oro se venga a bajo.

Me crucé de brazos.

– ¡Ven acá Bill!

Me dijo muy paciente haciéndome caminar con el resto de los chicos.

– Aquí siempre vamos a estar para ti…


Un olor a quemado me despertó, al quererme mover. Solo lo logré hasta la cintura. Algo me aplastaba las piernas. Corrección, alguien. La brisa matutina me hizo tiritar levemente, el olor provenía de la fogata que se había consumido en algún momento de la madrugada.

– ¡Cielos! –exclamé.

Sentí de pronto demasiada sed y a un costado mío el cadáver de una botella de vino me recordó la buena noche que pasamos.

– ¡Rayos! Gustav quítate… Gustav, se me está acalambrando la pierna. Diablos Gustav realmente pesas.

A empujones logré que se quitara de mi pierna, estaba profundamente dormido por lo que solo soltó un ligero quejido. En el horizonte el sol ya se alzaba haciendo que se sintiera en el alba un poco de frío. Miré a los chicos unos encima de otros y para no variar Tom y Maureen solo llevaban lo indispensable que les cubriera el cuerpo, antes y no la dejó con un par de cocos y una estrella de mar para que no se le viera lo que no.

Palpé mis bolsillos en busca de mi móvil, no lo encontré me imaginé que estaría en mi auto, no quería pensar que lo había aventado una vez más al mar. Pasé por encima de Tom que se despertó aspirando demasiado aire.

­– Gran imbécil vístete –le pateé la mano y él se encogió– y tápala o Hagen te va a patear las bolas.

Sólo refunfuñó y se colocó más cerca de Maureen para abrazarla, ella se aferró a Tom.

Poco a poco me fui acercando a la camioneta donde Mia y yo habíamos arribado y sonó una musiquita familiar. Mi celular. Cuando llegué dejó de sonar y caí en la realidad del momento. Diecisiete llamadas pérdidas y más de veinte mensajes.

– ¡Despierten! ¡Despierten!

Grité como desesperado hasta que todos comenzaron a levantarse de la arena con dificultad.

– ¡Tenemos quince minutos para llegar hasta el aeropuerto!

Reaccionaron más ávidamente y daban traspiés en la arena, Hagen aún iba ebrio, Maureen y Tom en ropa interior corrían a la camioneta con la ropa en mano, Gustav ayudaba a Jem y Mia provocaba que Clarissa se hiciera enredos con su vestido.

­­– Cierra tu auto Tom, Hagen las llaves del tuyo. Todos a la camioneta.

Como pudieron se subieron, Tom iba a mi lado como copiloto. Mientras se vestía debía llamar a Jost para avisar que estábamos relativamente cerca. Otra llamada para uno de nuestros chicos de seguridad personal; debíamos dejar en una intersección a Jem y dar las llaves de los autos para que los fueran a recoger hasta Antioquia.

Por fortuna las maletas las habíamos preparado desde un día antes y dejado botadas en el estudio para agilizar los trámites.

A la llegada, en el estacionamiento todo fue como lo había fatalmente imaginado. Jost había llamado a muchos más chicos de seguridad de los habituales y se les sumaban otros tantos del mismo aeropuerto, por supuesto él estaba en primera fila, con un movimiento de cabeza nos dijo hacia donde caminar. Bajamos Tom, Hagen, Gustav y yo descalzos, con la ropa mal puesta y llenos de arena. Las chicas eran escoltadas por otros tantos de seguridad detrás de nosotros.

En la sala de espera ya estaban todos reunidos.

– ¡No jodas! ¿Qué les pasó?

Escuché decir entre un medio murmuro a Andreas que estaba sentado a un lado de Ebel y Leo que también se nos uniría al festejo de ir por fin a París pero antes de que pudiese pasar cualquier cosa Jost ya estaba gritando sin parar y pidiendo una explicación de nuestra ausencia y tardanza. Que si esto, que si lo otro y también aquello.

– ¡Sohhh! No te emputes –dijo por ahí Tom haciéndose el chistoso. Se golpeó el pecho y eructó sacando el aliento muy cerca de Jost– ¿Qué pedo?

Andreas y Leo estaban conteniendo la risa.

Prácticamente fue un suplicio escuchar cómo es que para David ya no existe otra cosa que los negocios, de acuerdo sí, nos pasamos de la raya pero cuántas veces lo hemos hecho. ¡Ninguna! Siempre estamos bajo su escrupuloso ojo calculador y aterrador de manager. Y para cuando la rabia de Jost se calmó era hora de subir al avión. El castigo fue que subiríamos tal cual estábamos: llenos de arena, sudorosos, pegajosos, oliendo a agua de mar mezclada con alcohol y cigarro.

– ¡Bendita sea la hora en qué se nos ocurrió abrir la cajuela de la camioneta de tu papá Mia para encontrarnos con cajas y cajas de vino…

­– ¡La camioneta! –gritó y todos voltearon a verla– ¡Hey tú! ¡Sí tú, grandote de seguridad! ¡Ven!

Uno de los chicos se acercó mirándola con precaución, tal vez pensó que venía en el mismo estado aún etílico que Hagen.

– ¿Dígame?

– Tú serás el que se encargará de llevar la camioneta que aún se encuentra en el estacionamiento ¿verdad?

– Así es.

– Bien. Porque pase lo que pase tienes que llevar esa camioneta a la agencia para que la laven, la enceren, pulan, aspiren y que no quede ninguna molécula de arena –todos la miramos con perplejidad– debes ir a comprar…

– ¡Vámonos! –ordenó Jost.

– Un segundo, debes ir a comprar a la Avenida 75 en la Cava Wetminstern las botellas que faltan en las cajas que vienen en el maletero…

– Mia, vámonos o de verdad perderemos el vuelo –imploré para que Jost nos quitara la mirada de encima mientras la jalaba y ella se regresaba.

– Aquí habrá lo suficiente para todo –extendió una tarjeta de su pequeño bolso…

– Ellos saben qué hacer Mia, vámonos ya.

La tuve que halar del brazo para que me obedeciera, todos ya habían cruzado el túnel que nos llevaba directamente al avión.

A pesar de que fue un vuelo comercial e íbamos rodeados de bastante gente, las azafatas nos brindaron mantas con las cuales pudimos cubrirnos y ser también los últimos en bajar del avión y de igual forma se tuvo que hablar con la disquera para que tomaran medidas extremadamente sigilosas y poder salir airosos del aeropuerto de París. La llegada al hotel fue otra tanta llena de seguridad extrema en la que primero tuvimos que parar en la disquera y abordar autos sencillos para entrar por el estacionamiento del hotel cubiertos para que las fans que se atiborraban en la entrada del hotel no se percataran que éramos nosotros los mal vestidos, mal olientes y uno que otro muy ebrio aún.

– Tienen hasta las ocho, saldremos a cenar todos.

Anunció Jost en el pasillo de nuestras habitaciones y enseguida todos se fueron introduciendo a las suyas; los chicos de seguridad iban y venían con las maletas de cada uno de nosotros, acompañantes y el resto del Staff.

Recargado en un muro con la puerta abierta Maureen platicaba con Hagen, que ya se veía más «solido» iban abrazados y Gustav se espulgaba las bolsas del pantalón sacando arena y los otros dos se reían. Clarissa y Mia revisaban en el pasillo una góndola que llevaba varias maletas e indicaban cuales eran suyas.

– Bueno bola de briagos –se acercó Andreas con Leo– ya que ustedes no andan en condiciones de conocer por el momento el bello París, nosotros nos vamos a ver que hay a fuera de estas paredes ¡Buenas noches!

Pasaron de largo y desaparecieron entre nuestra multitud.

– Maureen mi habitación ya está lista, vamos.

Le llamó Tom que tenía una cara de poseído que no podía con ella. Al mismo tiempo Jost respingaba ante ese llamado.

– ¿Qué? –renegó Tom enseguida– tampoco puedo pasar un rato con mi novia ¿O qué?

Y ante eso todos los presentes abrimos los ojos más de lo debido, seguramente Maureen estaba sumamente cansada porque no hizo ninguna expresión sobrenatural a las acostumbradas cuando Tom se portaba exageradamente bien con ella. Jost sólo se encogió de hombros y lo dejó en paz.

Para cuando nos encontramos en el lobby para salir a cenar, ya nos veíamos con nuevos bríos y más alma de ser nosotros mismos, a Jost también ya se le había bajado el enojo y fuimos a comer pasta en santa armonía. Lo único espantoso fue que nos impusieron tres cosas: a la salida del hotel firmar autógrafos, al regreso exactamente lo mismo y teníamos toque de queda sin poder salir esa noche, aunque como menores de edad no lo podíamos hacer libremente aún en París.

Nos refugiamos en la habitación de las chicas al regreso y menuda sorpresa nos llevamos: ¡El mini bar estaba cerrado! Y no podíamos hacer uso de él hasta dentro de doce horas. Menudo manager asqueroso.

Por suerte la que le daba el toque a todas nuestras estancias limitadas era Clarissa que traía una baraja, se puso precio a las apuestas de quienes jugarían. Por instinto tomé el paquete que se veía prácticamente nuevo y se lo di a Mia, nadie dijo nada, la primera partida serían dos hombres, dos mujeres: Clarissa y Maureen contra Gustav y Andreas, Tom y Hagen habían mandado a traer una consola y peleaban entre ellos. Mia comenzó su audacia con las cartas, que ya eras más que familiar para nosotros.

Las cartas iban y venían en sus manos, las mezclaba con habilidad, pedía que partiéramos el mazo en dos y lo mezclaba carta por carta con los pulgares y con las puntas intercaladas los tomaba del otro extremo para hacer un arco mientras caían perfectamente una tras otra.

Clarissa no le quitaba la mirada de encima y hasta que terminó pudo articular palabra.

– ¿En qué reclusorio dices que estudiaste?

Aquello desató las risas de todos y eso que apenas comenzaba la partida.

No pasó mucho tiempo después para que llegara el estúpido de Jost y nos mandara a dormir. Qué idiota.

La noche a pesar de eso me fue tan reconfortante y necesaria para aguantar lo que nos esperaba todo el día pues era nada más y nada menos que 13 entrevistas dentro de tres salones diferentes del hotel y dos más en estaciones de radio. Eso nos dejaba prácticamente fuera de alguna diversión con los amigos que nos acompañaban.

La habitación de Tom pronto se transformó en un caos donde esperábamos a que la seguridad nos dijeran que partiríamos. Clarissa, Mia y Maureen estaban en pijamas platicando con Natalie de moda, Tom también merodeaba por ese grupo en cuando Andreas o Leo lo dejaban fuera de la partida de Xbox.

– Nos vamos.

Anunció el tipo que esperábamos y la habitación se saturó con seis personas más.

– No quiero que hagas una estupidez Leo –dijo Tom a mi lado– llevan a tres chicas.

– ¡Ay vamos! De cuándo acá eres tan marica Tom –le respondió Andreas– hay mil y un cosas que hacer que nos interesa igual que a ellas, no les haremos nada. Mientras compran cosas, podemos nosotros ver… hacer… ya veremos.

Caminábamos a la salida en medio de un tumulto de gente a nuestro alrededor.

– ¿Traes dinero? –el inseguro de mi hermano volvió su cara buscando a Maureen.

– Trae mi tarjeta Tom –Hagen frente a él le respondió.

– Sí pero tú ganas dos euros –se burló Tom– como sea…

La gente se movía y estorbaban con facilidad en la habitación. Tom tuvo que ser hábil para sacar su cartera, estiró su mano derecha del mismo lado para dársela a Maureen.

Ten la mía y úsala.

Solo vi la mano que la recibió y pronto Dunja ya nos apresuraba a salir…






3 Alas:

JANDA/Alex dijo...

...XD...."si pero tu ganas dos euros"....que pasada de línea!!...

Éste capi me sacó unas buenas sonrisas Zay...

Saludos, Alex!!!

@ZaybetFrias dijo...

Así es Tom Kaulitz mi querida Alex qué puedo hacerle ji ji ji

Saludos bella!

Itzel dijo...

¡Ese Tom, ese Tom!

Jajajajaja

Este capi me hizo reir bastante con sus babosadas de los pobres.

Muy bueno

Besos!

S.K