Génesis [Capítulo 1.008] - Conociendo a Laurent..

Si quería mantener mi posición como primera bailarina debía esforzarme hasta el límite, justo ahora seguía ensayando un flic-flac de la clase de Hip-Hop, no me gustaba admitirlo pero me costaba muchísimo trabajo estas clases, me sentía torpe y poco hábil para los pasos que nos ponían, no es que no pudiera hacerlo, sólo que debía dedicarle más tiempo, que al Ballet o el Jazz, que con verlo una o dos veces sacaba el movimiento.

– La hija prodiga a regresado –entró alardeando Maureen, que bueno que fue justo cuando caí del salto, me incorporé y la voltee a ver.

– ¿De qué hablas?

– ¡Ay que histeriquita! –dijo en son de burla.

– Ya, qué quieres.

– Frida, volvió. La trajo un tal Laurent… Laurent… no recuerdo su apellido. Está abajo esperando a que bajes a darle las gracias.

– No, de verdad que tú si eres bien rara. Frida no pudo haber ido a ningún lado, apenas hace unas horas Frida y yo nos quedamos dormidas allá abajo en el sillón…

– A pues yo no sé, ese tipo me dijo que la cuidó y la alimentó mientras estuvo en su casa.

– Me estiro y bajo enseguida.

Hice un développé en cada pierna y un cambré para finalizar, sentía un poco flojas las cintas de mi zapatilla derecha, pero no las ajusté; traía puesto el leotardo guinda, las mallas cortas, mi pequeño short de rayas tejido, sin duda era mi ropa más desgastada pero también las más cómoda, el cabello lo había sujetado, sólo así sin ningún componente estético, de manera que no estorbara y me dejara ensayar.

Para bajar me tomé todo el tiempo del mundo, dudaba que Frida se hubiese podido escapar de un pent-house, le iba más a la idea de que mi amiga hubiese conseguido un galán que presentarme, su odio por Edward estaba más que declarado y si tenía la oportunidad me mostraba el camino para dejarlo. Lo hacía con un afán interminable.

Resultó no ser así, estaba ya casi en el último escalón, cuando me di cuenta de quién se trataba realmente sí era él. El chico con el que no había dejado de soñar, el que conocí en la playa, mi hermoso anónimo de A.I.M.

No entendía cómo, por qué, pero eso no importaba estaba ahí, me pellizqué para comprobar que no fuera un sueño, a veces los míos eran tan nítidos y reales. No, no era un sueño, ese encantador chico de mis sueños, estaba en mi casa, en mi sala, jugando con mi Frida… y fue hasta ese momento que hice conciencia de mi aspecto, quise correr volver arriba, cambiarme de ropa, acomodar mi cabello ya de menos ¡Lavar mi cara! No podía ser cierto que tuve tantas oportunidades antes y para venir a conocerlo en esas fachas. Dios.

Me di la vuelta y logré subir un escalón más, pero su voz me detuvo antes de que pudiera seguir.

– ¡Hola! Tú debes ser la dueña de la traviesa Frida.

Me giré para quedar de frente a él, estaba distraído juagando con Frida, la puso en el suelo, leyó su placa y la dejó irse a jugar, fue entonces cuando me vio, su cara de sorpresa y e impacto debió haber sido muy similar al mío cuando lo vi, como por arte de magia y el destino se hubiese puesto en mi contra, se desataron por completo las cintas de mi zapatilla derecha, di un paso hacia delante, me disponía a bajar y acercarme a él para darle las gracias, aunque yo no sabía que Frida se hubiese ido, más bien debería darle las gracias a Frida por haber traído a ese Apolo a casa.

Pero nada estaba resultando como en mis sueños, cuando di el paso, mi pie se enredó en mis cintas, lo que provocó que cayera en perfecta picada al piso y de no ser por sus agudos reflejos mi cara se hubiese estrellado contra el piso directamente. Me tenía en sus brazos cuando dijo:

– ¿Mia?

– Sí… toda tuya…

– ¿Cómo?

– Este… sí, me llamó Mia.

Las palabras estaban saliendo de mi boca sin previa autorización de mi cerebro. Me puso de nuevo de pie y fue él quien ató nuevamente las cintas de mi zapatilla, los roces de sus dedos en mis empeines, me causaban pequeñas descargas eléctricas en mi piel. Me sentía como una boba. Se levantó despacio quedando frente a mí, me ponía más nerviosa teniéndolo así de cerca.

– Yo soy Laurent Clerici.

– Mucho gusto –estrechamos nuestras manos.

Intentaba componer mi imagen de mujer segura, recargué mi mano en la mesita que teníamos justo al pie de la escalera pero mis nervios ya se había apoderado lo suficiente de mí como para que se resbalara, haciendo que se me fuera medio cuerpo tirando todo lo que había ahí, todos los papeles salieron volando, las llaves y agarré en el aire una figurita de cristal que el Moo le había traído a la Moo de uno de sus viajes. Cargué a Frida para ver si así podía tranquilizarme, pero él me la quitó suavemente de las manos.

– Por seguridad de Frida mejor la dejamos que siga corriendo libremente por el piso –me dijo con su enorme sonrisa. Torcí un poco la boca por su comentario, pero después de todo tenía razón. Tenía que controlarme.

– Bueno puedo ofrecerte algo de tomar, comer…

– En realidad estoy bien gracias.

– ¡Vamos! es lo menos que puedo hacer por ti, por haber traído a mi bebé sana y salva a casa. Aunque de verdad que no me explico cómo es que salió de casa pero ya hablaremos más tarde de Frida.

– Café está bien –dijo enmarcando en su rostro una sonrisa que bien pude contemplar sin mayor problema.

– ¡Enseguida! –musité.

Llevaba ya casi 30 segundos sin cometer ningún percance, cuando me doy la vuelta para dirigirme a la cocina y me di a todas bruces contra Tom, semejante torre de contención ¡Cómo se me pone aquí enfrente cuando voy a dar la vuelta!

– ¡Imbécil! ¡Muévete!

Lo empujé con la mano para hacerlo a un lado de mi camino, me pregunto cuánto tiempo llevará ahí parado disfrutando de mis desgracias, seguramente lo estaba gozando de lo lindo, esto le daría material de burla por un buen rato.

– ¿Qué pasa Miau? El sudor por piruetear hizo que tu reserva de energía que llega a tu cerebro se agote…

– ¡Cállate! Déjame pasar –mirando con desprecio hacia el frente a su playera roja con un montón de garabatos, la siguiente voz que escuché fue la de Maureen.

– ¡Ya déjala en paz Tom! –le dijo detrás de él.

Estaba sirviendo el café, que bueno que Maureen había insistido en que compráramos aquella cafetera, aseguraba tener siempre buen café, sin la posibilidad de que yo incendiara la cocina al tratar de hervir agua.

– Bueno a ti que te pasa, andas de un torpe…

– Amiga no me lo vas a creer. Recuerdas el chico del que te hablé el de la playa, que también vi fugazmente en A.I.M. y con el que no he dejado de soñar…

– Aja…

– ¡Es él! No sé qué me pasa cada que pienso en él, me descontrola y ahora lo tengo en mi casa, por supuesto que estoy súper torpe, me pone nerviosa.

– Pues vas amiga, mejor que Edward sí está –Tom que sostenía a Maureen sentada provocativamente sobre sus piernas, bufó conteniendo la risa.

– Ash. No mejor toma llévalo tú, soy capaz de derramarlo encima de él.

– Sí eres capaz… trae acá.

Mi amiga me arrebató la taza de café mientras los tres salíamos de la cocina al recibidor donde Laurent seguía jugueteando con Frida.

– Aquí tienes –le ofrecía Moo el café.

– ¡Gracias! …eh…

– Maureen

– ¡Gracias Maureen!

– Oh, sí déjenme presentarlos, lo siento. Ella es Maureen mi mejor amiga, confidente, la que evita que muera intoxicada por si algún día se me ocurre cocinar…

– La que evitó una quemadura de segundo grado, por derramamiento de café… –Tom siempre con sus cometarios fuera de lugar.

¡Ah pero que irritación con ese hombre! Por qué no se buscaba algo mejor que hacer que estar molestando, pero es que de verdad no dejaba escapar ninguna oportunidad. Lo ignoré con toda la elegancia que pude, después de dedicarle una mirada asesina. Volví a sonreír dulcemente para Laurent y luego volví a mirar a mi amiga.

– Amiga, él es Laurent el héroe de la tarde… –creo que se me escapó un suspiro– Porque no subimos… –Tom carraspeó interrumpiendo mi oración– hay una vista preciosa desde… – volvía a carraspear.

– Mia Giole ¡Qué va a decir la familia! Así no es como te educaron, es que acaso a mi no me vas a presentar.

¡Ay! Que me lo quieten de enfrente o lo mato, si ganas no me faltaban de estrangularlo con mis propias manos y retorcerle el cuello. Me contuve lo mejor que pude.

– Ah –con toda la antipatía del mundo solté– ése es Tom. Como te decía vamos arriba hay una vista preciosa y podemos estar en los camastros, junto al jacuzzi…

Miau –usando ese tono de gato tan detestable que se le había ocurrido de un tiempo para acá– desde cuándo eres tan grosera con tus visitas.

– Desde que te conozco –ya estaba encrespada, tanto que se notaba en mi voz.

¿Miau?

– Ignóralo tal como yo lo hago –intenté decirle con la mirada, lo tomé del brazo y lo dirigí a las escaleras y ¡Oh no! Tom venía detrás de nosotros con mi amiga tomada de la cintura– Y ¿Tú a dónde crees que vas? –dirigiéndome a ese energúmeno que tenía como casi cuñado por culpa de Maureen.

– Arriba a disfrutar de la preciosa vista –decía imitándome.

– ¡Oh no, no, no! A ti nadie te invitó.

– Ella me invitó –señalaba a Maureen que lo besaba incansablemente en el cuello, asomó la cabeza para vernos y sonrió, como si hubiese sido descubierta en un juego de escondidillas.

– ¡Maureen! –chillé, pero ella sólo movía los ojos de un extremo a otro del techo– ¡Ash! –pese a toda la escenita que acabábamos de tener Laurent se veía muy divertido con todo eso, tenía su maravillosa sonrisa embelleciendo aún más su rostro, era tan guapo…

Subieron los chicos, adelantándose porque Maureen y yo bajamos por algo de botana, para hacer más a meno el momento. Cuando subimos los chicos ya eran los grandes amigos, cómo es posible que los hombres puedan fraternizar tan rápido.

– Así que en realidad no la conoces…

– No, la pequeña Frida, de alguna manera llegó a mi casa y yo la traje de vuelta con su dueña.

– Sí –suspiró– nadie escoge a los padres…

– ¡Mia! –soltó Maureen por la alarma o sorpresa al detenerme la mano justo antes de derramarle el jugo con hielos en la cabeza a su novio, por su «atinado» comentario.

Maureen y Tom estaban recostados ambos en un solo camastro, ambos muy entretenidos en lo suyo, Laurent en la orilla del jacuzzi, frente a mí que estaba sentada en la pared de medio metro que delimitaba la azotea, sentada con las piernas cruzadas en una posición de mariposa.

– Ya te había visto.

– Fugazmente una vez… –recordaba ese día.

– De hecho varias veces antes de eso. Te reconozco entre una multitud de gente –sentí que mi corazón se detuvo cuando dijo aquello.

– Entonces estudias en A.I.M.

– Sí obtuve una beca, en una audición que hubo cerca de La Toledana, yo soy de allá.

– Oh vaya. Y ¿Qué clases tomarás en este curso en A.I.M.? Quizás coincidamos en alguna.

– Toda la vida he estudiado danza contemporánea y ballet. Así que están en mis materias…

– Es ley nunca falta. Deberías probar las clases de Cole es el mejor.

– De hecho sí, parece que me gustan los retos pues elegí a los maestros más exigentes, claro que también son los mejores en su ramo. Quiero ser el mejor, y sólo elegí a los mejores.

– Pura actitud triunfadora, como debe de ser.

– Jaja, sí. Sólo me tiene un poquitín preocupado la clase de Jazz de Edward Rotmensen…

– ¡Edward! –fue lo último que dije, creo que demasiado fuerte porque hasta Maureen me miró, podía leer su mirada tan bien como si la estuviera escuchando «¡Cállate!» Era lo que me decía, no debía echar a perder aquel buen momento con el guapísimo Laurent– sí, sé que es muy bueno en sus clases, estuve a punto de meter su materia este semestre, lástima habríamos estado juntos en esa clase.

– ¡Ay no! –lo dijo tan alarmado mirando el reloj en su muñeca izquierda.

– Bueno sólo era una idea, tranquilo no lo hice…

– No, no eso me parece sensacional ¡Me encanta la idea! Tal vez si hablamos con el profesor Rotmensen aún pueda admitirte…

– …sí claro… –lo dije con tono irónico, volteando los ojos.

– Lo que pasa es que ya es tardísimo y debo correr a dar mi clase de guitarra con mis niños del orfanato. Pensaba sólo pasar a dejar a la traviesa Frida con su dueña e irme, no esperaba que Mia Dumarc, fuese la misma bella ensoñación con la que me encuentro cada noche –me mordía los labios, este hombre era un sueño.

– Pero ahora ya sabemos que ambos estudiamos en A.I.M. nos encontramos ahí mañana… –le dije despidiéndolo ya en la puerta.

Creo que ambos estábamos tan emocionados por nuestro encuentro, que olvidamos ponernos de acuerdo del lugar y hora de encuentro. Estábamos en los primeros días del semestre, todo era un caos, gente yendo y viniendo, los chicos de nuevo ingreso que no sabían dónde quedaban las aulas, ni quiénes era los maestros, los primeros días siempre era así, no parecía haber suficiente espacio para todos ellos en la academia, pero al paso de los días todo iba tomando un poco más de calma y quizás hasta un poco de orden.

Me paseaba «distraídamente» por todo el área de Contemporáneo en una de esas podía encontrarme con Laurent «casualmente» estuve ahí parte de la mañana sin suerte alguna. Algo había cambiado dentro de mí, ahora que sabía dónde encontrarlo no concebía la idea de no estar cerca de él, de verlo nuevamente. Comprobarme a mí misma que era real y no uno de los tantos sueños que tuve desde que lo vi aquel día de la playa.

Más tarde me reuní con mis amigas afuera de la librería, nos gustaba sentarnos ahí porque era tranquilo y podíamos observar todo lo que pasaba en la explanada principal de la academia. Muy tranquilas platicando estábamos ahí sentadas, viendo a toda la gente pasar. Una escuela de artes siempre tenía gente muy variada y estrambótica entre sus estudiantes, a pesar de que siempre nos sentábamos ahí y veíamos pasar básicamente a la misma gente, nunca te aburrías.

Justamente comentábamos eso, al ver pasar a un chico en zancos y una comitiva tras él vestidos de arlequines, entre el bullicio que había ocasionado aquellos arlequines, escuché mi nombre.

– Mia –cuando volteé a ver quién me llamaba, me faltó el aliento, una sonrisa se asomó en mi rostro sin darme cuenta– en serio te gustaría que compartiremos una clase, aunque tengas más materias este semestre…

– ¡Claro! –cualquier cosa valía la pena por pasar el mayor tiempo posible con Laurent.

– Ven, vamos te tengo una sorpresa.

Me tomó de la mano, para salir rápidamente de ahí, nuevamente el contacto con su piel era si corriera electricidad entre nosotros, si así sentía con sólo tomarlo de la mano, qué pasaría al abrazarlo… no sé si él sentía lo mismo, pero me encantaba sentirme así, sólo me dio tiempo de jalar mi mochila, para seguir su paso, me dirigió por varios pasillos hasta llegar a una pequeña oficina.

Nos detuvimos ahí, llamó a la puerta y desde adentro se escuchó «¡Pase!» la pequeña ventana que estaba dentro de la oficina casi me dejaba ciega, toda la luz del sol parecía entrar por esa pequeña abertura. Trataba de recuperar mi visión mientras escuchaba lo que decía Laurent.

– Profesor ella es la amiga de la que le hablé, que le gustaría tomar su clase, pero ya no pudo meter su materia, por eso venimos para saber si hay la posibilidad de que la pueda admitir en su clase…

– ¿Mia? –aunque sólo veía una enorme sombra frente a mí, pues se había parado de tal manera que me quedaba a contra luz, podía reconocer su voz y silueta. Me congelé por un segundo.

¡Demonios! Era Edward

– ¿Quieres tomar mi clase? Por qué no lo dijiste ¡Claro que puedes tomar la clase! Te veo el lunes.

Salió de la oficina, sonriéndole a Laurent y palmeando su hombro, como dándole las gracias. Laurent no lo entendía, pero estaba feliz con una sonrisa de oreja a oreja.

– Te lo dije, sólo había que hablar con él –yo lo miraba, porque no sabía si reír o llorar, que situación más irónica.

Caminamos de nuevo por la academia, no teníamos clases y de cualquier manera los primeros días eran sólo de presentaciones y dinámicas grupales nada de relevancia. Fue una plática muy productiva la que tuvimos pues esta vez si conseguí su número celular y su correo electrónico. Aparte de eso me dijo dónde podría encontrarlo por lo general, cuando no estaba en clases, el edificio de clásico afuera del Aula Magna, quedaba casi enfrente de la librería.

Al día siguiente, con toda la emoción y nervios del mundo, me decidí a ir a buscarlo. Me llevé a Emma y Loretto a recorrer el edificio de ballet entero, estaba vacío, ni alumnos ni maestros por ninguna parte; saqué mi celular para llamarle, me detuve un segundo antes… y ¿si no me contestaba? ¿Si no me reconocía? ¿Si no quería ir y atravesar la ciudad entera para ir a conocer la nueva pista de patinaje? Que, bueno, es era mi plan para esa tarde y entonces reflexioné, no es Edward y le llamé.

– ¡Hola Laurent! Habla Mia ¿Cómo estás?

Un poco resfriando en realidad, sigo en mi cama. Todos los maestros de clásico estarían en una convención, así que aproveche. ¿Tú estás en A.I.M.?

– Sí de hecho. ¡Oh qué lástima! Yo te llamaba para invitarte a conocer la nueva pista de patinaje en La Plaza Isla.

¿Quién más va a ir? –me puso nerviosa su comentario, pues quién esperaba que fuera, no teníamos en realidad a ninguna persona en común, quizás había mal interpretado todo, se había emocionado por tener una compañera más solamente, me precipité al llamarlo e invitarlo.

Todos mis sueños se cayeron frente a mí como un castillo de naipes al quitar la pieza clave, mi mente volaba demasiado rápido había creado ya imágenes de nosotros dos tan nítidas, de no ser por estos nervios hasta podía haber creído que eran reales, un romance de película protagonizado por nosotros dos.

– Bueno… en realidad… nada más tú y yo… –dije muy nerviosa.

Te veo en la librería en una hora y de ahí nos vamos ¿Está bien? –creo que en ese momento hasta volví a respirar.

– Sí está bien. Aquí te veo.

Pasamos una tarde maravillosa, nos fuimos en mi auto, con la inesperada novedad de que no encontramos nada de tráfico en la ciudad, me sentía tan contenta, con todo aquello y a veces pecaba de cursi pero siento que hasta los colores son más brillantes que nunca.

Nos tomamos nuestro tiempo, sin que nada nos preocupara. Sólo él y yo era lo importante esa tarde, presentí que al igual que yo buscaba alargar el momento lo más posible, buscando escusas para que fuera un día eterno.

Comimos en uno de los restaurantes de la terraza, recorrimos La Plaza entera, nos tomábamos fotos en cada instante, vimos una exhibición de unas pequeñas niñas como de tres años que presentaban un recital en la plazuela principal, entramos a la pista de patinaje… y yo ya estaba en la nube más alta, feliz disfrutando de un sueño hecho realidad.


… Γ έ ν ε σ ι ς …


– Muy bien ahora desprovéela de su energía, ya practicamos esto, hace unos días lo hiciste muy bien ¡Duérmela ahora!

– No puedo…

– ¡Dirce! ¡NO VAMOS A EMPEZAR OTRA VEZ! –esta niña podía llegar sacarme de mis casillas, pero la necesitaba, era mi mejor arma en contra de ellas.

Necesitaba crear una distracción para que enfocaran toda su atención en una de esas chiquillas y poder conseguir lo que realmente me interesaba. Si se daban cuenta que estaba atacando a Mia, procurarían protegerla a toda costa y de esa manera dejaban totalmente vulnerable a la bella Andras. A mi bella Andras.

– Puedo sentir su energía fácilmente, en realidad, es casi como si pudiera tocarla, pero no me deja entrar es fuerte. Como si hubiese creado una barra protectora a su alrededor.

– Eso no es posible…

– Pues te digo que así es.

– ¿No hemos creado justamente un ambiente donde ella sea vulnerable…? ¡DRAKO!

Le había encargado específicamente a Drako que mantuviera esa «relación entre Edward y Mia» todo el tiempo en el filo de la incertidumbre, para volverla un punto vulnerable siempre. Ese insignificante Edward parecía estar sin saberlo entre mis filas, cada desilusión que le causaba, cada pelea, cada disgusto y desaliento eran a mi favor. Es un reverendo imbécil y esa es su mejor cualidad, cualidad a mi favor.

– ¡Qué pasa Orlando! ¿Dirce estás bien? –Drako entró corriendo.

– ¡Claro qué ella está bien! Jamás podría hacer algo que la lastimara mi querido Drako, al menos que se lo merezca –mi tono era tranquilo, como si no me importara lo que estaba sucediendo, caminaba de una lado a otro con las manos atrás y la mirada en el piso, levanté la cabeza mirando directamente a Drako– ¿Puedes explicarme en qué circunstancias un Gigvidia no puede absorber la energía su objetivo? –se me quedó mirando exactamente igual que cuando tenía ocho años y lo asaltaba sin más ni más con alguna pregunta académica.

– Cuando el objetivo se encuentre en una situación de completa felicidad, su energía crece y crea una barrera protectora imposible de penetrar.

– Muy bien Drako, ahora dime por qué sucede así…

– Porque nosotros los Gigvidia sólo podemos absorber la energía negativa de las personas, entre más expuesto este nuestro objetivo a situaciones de incertidumbre, pesar o dolor más fácilmente se puede absorber.

– ¡Excelente! Siempre fuiste un alumno brillante. Sobre todo tú eres consciente de lo importante que es para nosotros esa relación entre Edward y Mia para nuestros planes, que sólo en nuestra conveniencia dejamos que disfruten de días llenos de «amor y felicidad» –lo decía usando mi tono más sarcástico– para mantener a la «Dulce Mia» totalmente enamorada de Edward, pero la mayor parte de tiempo, sufre de la inconstancia e indecisión de su amorcito ¿No es verdad?

– Sí… –me decía como si no estuviera entendiendo a que venía todo aquello– de hecho justo ahora están separados por una pelea. Mia aún no controla sus celos contra la mejor amiga de Edward…

– Entonces ¡POR QUÉ MALDITA SEA NO PODEMOS ABOSRBER SU ENERGÍA! –lo tenía ya sujeto la playera casi levantándolo del piso.

– No… no yo no sé, me aseguré de que la pelea de Edward y Mia fuera hace unos días para que fácilmente…

– ¡Pues tu noviecilla no puede penetrar esa barrera! ¡Pagarás por esto! –le decía mientras lo soltaba casi arrojándolo como si fuera un trasto inservible.

– ¡Déjalo! Lo intentaré otra vez –ya se había tardado en salir en defensa de su novio.

– Más te vale qué esta vez funcione –nuevamente se concentró, cerró los ojos, empezaba a tensar los músculos y palidecer por el esfuerzo que estaba haciendo.

– ¡Es imposible! Su energía ahora no tiene ninguna fisura, ningún resquebrajo porque el pueda entrar, es mucho más fuerte que nunca… –escuchaba sus palabras pero no podía entender que es lo qué estaba pasando.

– ¡Qué hacen todavía aquí! ¡AVERIGÜEN QUE ES LO QUE ESTÁ PASANDO!


… Γ έ ν ε σ ι ς …


Llegué a casa aún como flotando, mi cuerpo no tenía ningún peso, con la sonrisa tatuada en el rostro, recorrí mi sala en chainés, después mis brazos a quinta y me dejé caer en el sillón, soltando un enorme suspiro.

– ¿Mia? –dijo Maureen.

Me levanté de un solo salto, di un piqué en arabesca seguido de una pirueta en dedans en atittude.

– Beso para ti –saludaba a mis amigos con doble beso en la mejilla y un abrazo– beso para ti, beso hasta para ti…

– ¡Agh no me toques!

– ¡Cállate Tom! –le decían a coro Maureen y Bill. Estaba tan de buenas, tanto que no me importó el desplante de Tom.

– ¿Qué hacen aquí? –les preguntaba con una radiante sonrisa.

– Pensamos en que podríamos ir a cenar los cuatro…

– Y los laxantes no son comida –dijo Tom a todo pulmón.

– No lo arruines –advirtió Bill aunque el gemelo de mi mejor amigo tenía casi un don natural para eso.

Nos pusimos bellas, por lo cual dejamos a los chicos abajo mientras nos cambiamos de ropa. Nos dividimos como era obvio Maureen en el carro de Tom y Bill y yo en mi auto solo que el muy amable se designó para manejar. Porque la idea principal y magnifica hubiese sido que Moo sacara del aparcamiento su camioneta, pero esa mujer no la saca ni a que le diera el sol. Solamente cuando se le obligaba.

Ya en el restaurante nos dieron un privado para que nadie nos molestara mientras cenábamos y yo les contaba…

– Es exactamente igual que en mis sueños o mejor, es mi príncipe perdido si ganas no me faltaba de gritarle cosas lindas, devorármelo a besos…

– Y ¿Edward?

– ¡Ay no seas tú Bill quien lo arruine ahora! Edward qué, ¡qué se pudra! Mírala como está, hace cuánto no la veíamos así. Creo que al fin nuestra amiga ha encontrado una luz de esperanza, que la lleve por el camino del bien. Por lo menos a mí ya me cae bien ese Laurent –Maureen que le caía bien casi cualquiera de mis galanes, requisito número uno, no ser Edward.

– Maureen podría tener razón, por mucho tiempo Edward no ha tenido ningún tipo de competencia importante en mi vida, quizás ahora tenga alguien de quién preocuparse. Además ya es justo, quiero ser feliz, dejar de vivir todo el tiempo preocupada, angustiada, quizás Laurent sea la salida a este círculo interminable y si cada día va a ser como hoy… estoy dispuesta a repetirlo una y otra vez.

– ¿Estás enamorada? –me preguntaba Bill.

– No lo sé, no presiones. Estoy ilusionada, contenta. Me sentí como si hubiese estado viviendo mi vida en blanco y negro y ahora con Laurent todo es a colores –me reía nerviosa.

– ¡Pues me alegró por ti cielo! –me abrazaba Bill muy tierno él.

– ¡Yo más!

– Ahí van ese par de ridículos –Moo giró lo ojos en son de burla.

– Brindemos por eso –alzaba su copa Tom.

– ¿Tú qué? Bueno, sí, cualquier motivo es bueno verdad ­–le recriminaba Maureen.

– Sí es un buen coñac hasta por la Miau brindamos.

Estábamos en el brindis al que se unieron Moritz y Gustav, llegando a nuestra mesa con la copa en la mano diciendo «Salud».

– ¿Y ustedes dos de dónde salieron? –dijo Bill.

– Nos desocupamos antes y decidimos alcanzarlos.

– ¡Wow! Los Tokio Hoteleros todos en pleno –dije con alegría suficiente que casi me desbordaba por los oídos.

– ¡Claro! ¿Por eso festejaban? Mejor nos vamos a algún lugar menos soso ¿no? Hay uno que se llama el Dragonflu… el dragonfa… el Dragón azul… algo de un dragón dicen que se pone bien.

– Gustav –dijo Tom con expresión sería colocando su vaso muy lentamente sobre la mesa y mirándolo fijamente– el Dragón Azul es uno de esos lugares a los que vamos pero no se menciona mientras estamos en la misma mesa con dos chicas.

– Es DragonFly y mejor evitemos por esta noche malos tragos, que viene mi hermano –me susurraba mi amiga.

– Hay uno que se llama Global Mongo, hasta podemos pasar por Chiara –vi la expresión de Maureen y le susurre– bueno ¿qué no querías una noche tranquila?

Hicimos todo una odisea, para ir por Chiara, le fuimos convenciendo todo el camino por teléfono en lo que tardamos en llegar a Yoroslav por ella. Moritz y Gustav nos fueron siguiendo, Tom y Maureen nuevamente juntos y Chiara iba a bordo con nosotros. Llegamos al antro, un lugar donde conocíamos el gerente y al cadenero mejor que la palma de nuestras manos.

Entramos Bill y yo tomados de la mano para deleitar a los paparazzis que nos gustara o no eran parte irremediable de nuestras vidas, y tomándolo un poco en perspectiva nos divertíamos posando tomados de la mano, abrazados, coqueteando y luego nos dedicábamos a desmentir todo lo que se publicaba en los tabloides, tomándonos fotos con otras personas. Era una forma de divertirnos con la prensa.

Como esperábamos explotaron los flashes a nuestra llegada.

Enseguida venía Chiara, que no le dimos mucho tiempo de arreglarse, por lo precipitado del plan, sólo escuché como la detenía el guardia de seguridad.

– ¡Hey! Tú no puedes pasar –poniéndole su enorme mano en la cara para impedirle el paso. Me solté de la mano de Bill para ir al rescate de mi amiga.

– ¡Ah! Rupert ella viene con nosotros, déjala pasar –le ponía la mano sobre el hombro y le lanzaba una enorme sonrisa.

El cadenero hizo mala cara, pero se apartó para dejar pasar sin otro contratiempo a Chiara, ya estaba con Bill y conmigo a un paso de la entrada, pero Rupert detuvo a Moo tomándola del brazo, le susurró algo al oído y la dejó pasar. Nos arremolinamos todos para que nos pusieran los brazaletes.

– ¿Qué pasó, por qué te detuvo Rupert? –Moo se acomodaba el cabello.

– Sólo me susurró «No la vuelvas a traer vestida así» –me dijo tratando de imitar la gruesa voz de Rupert.

Pedimos una botella de coñac por la necedad de Tom, pero claro una no fue suficiente, pedimos una más para que la diversión no se agotara, perdí la cuenta de cuantos tragos llevaba, pero no dejaba de bailar.

Casi todo el tiempo con Bill pero si por alguna razón se cansaba, lo iba rolando por Moritz o Gustav, la cosa era no dejar de bailar, aunque Moritz o Gustav, más bien parecía que sólo me acompañaban en la pista para no verme sola, porque de mucho movimiento no eran. Lo que me encantaba de estos chicos es que aunque no saben bailar, no dejan de intentarlo. Lo que nos garantiza horas y horas de diversión.

Nuevamente levanté a Bill de su asiento para seguir bailando con él. Bailaba, brincaba, agitaba mi cabello y él me seguía la corriente, sentía mi sudor recorriendo mi cuello, haciendo que mis cabellos se pegaran a él, el calor por el movimiento y la gente ahí congregada era bochornoso, los latidos de mi corazón totalmente agitados por no sentarme ni un momento, trataba de echarme aire en la cara con mis manos pero también era aire caliente, bueno el poco que lograba producir.

Pensaba en Laurent…


… Γ έ ν ε σ ι ς …


– Bill ahí viene Mia nuevamente por ti –me decía pícaramente Maureen, justo cuando me estaba quejando de lo cansado que me sentía.

– ¿Nunca se cansa? Lleva como tres horas bailando con esos enormes tacones. Se recarga con la luz del sol o algo así, porque ya no puedo más y a Mia la veo muy fresca ¡Maureen dime la verdad! ¿Cómo le quitó las baterías o en dónde está su botón de apagado?

– Si lo descubro serás el primero en saberlo… –ya no escuché lo demás que me dijo porque Mia ya me tenía saltando nuevamente en la pista de baile. Giraba su cabeza para que su cabello diera vueltas, sonreía. Me alegraba que mi amiga estuviera tan contenta, haciendo derroche increíble de energía.

De pronto como si alguien le hubiese puesto pausa, se quedó parada, con la mirada perdida, sin ninguna expresión en su rostro.


… Γ έ ν ε σ ι ς …


Era como si de mis pies emanara una espesa lava negra que cubría todo a su paso dejándome sumergida en la profunda oscuridad, todo era negro a mi alrededor, no se podía ver nada, lo único que alguien podría haber distinguido sería mi silueta débilmente iluminada, como por un reflector, que por más que volteaba a buscar en dirección de donde debía encontrarse no se veía nada. Sentía miedo, así como la oscuridad se apodero de todo, el miedo se dominaba enteramente, no había ninguna razón para temer sin embargo no podía evitarlo, me sentía sola.

No quería moverme ni un milímetro de la posición en la que estaba, era tal la inmensidad de la negrura en la que estaba envuelta, identifique mi miedo, me aterraba caer al vacío no quería dar un solo paso, tenía esa sensación.

Era terrible el frío, como estar encerrada en un enorme congelador sin ráfagas de aire, no se percibía ningún movimiento, excepto el endeble subir y bajar de mi pecho al respirar.

De pronto la incandescencia de unos brazos, calmaron mis miedos, me dieron tranquilidad, me sujetaba con firmeza, gire mi rostro para saber de quien se trataba, era Laurent, que me sonreía rutilante, me gire para tenerlo de frente sus manos fueron a mi rostro, me acariciaba la mejilla y otros brazos nuevamente me rodeaban por la cintura arrancándome de esa tranquilidad y seguridad que me brindaba Laurent, no podía ver la cara de quien me aprisionaba hasta que se detuvo de vertiginosa carrera, era Edward en sus profundos ojos claros leía la decepción, la tristeza, el enojo que le causaba aquella situación.

Lo estaba lastimando con la cercanía de Laurent, estaba sufriendo me daba cuenta, por un segundo me puse en su lugar y me di cuenta que yo también me sentiría engañada… traicionada. Me llevó con él sólo para ver como se arrojaba al vacío.

– ¡Edward! –le grite, tratando de ir tras él.

– ¡Mia! –sentí unas manos fuertes alrededor de mis delgados brazos que me sujetaban– ¡Mia!

Bill era quien me gritaba y sujetaba más fuerte de lo que él mismo era consiente, me alejó de un solo tiro de la barandilla del balcón del que parecía iba a aventarme, perdí toda fuerza en mis piernas, trastabillamos hasta el piso, Bill se arrodillo junto a mí haciendo espacio entre la gente

– ¿Qué te pasa?

No enfocaba bien su rostro, me dolía mucho la cabeza como contestar, estaba desorbitada volteando a todos lados tratando de entender lo que pasó, seguía estando tirada en la pista de baile las luces intermitentes del antro hacían más penetrante el dolor que sentía, con todo mi esfuerzo me concentre para enfocar mi mirada porque entre la gente creí ver a Drako y Dirce sonriendo sínicamente, vigilando, cerré los ojos apenas unos segundos y cuando quise enfocar nuevamente mi mirada donde ellos estaban, no estaban ahí.

– No me siento del todo bien- sabía que estaba balbuceando, mi nariz empezaba a sangrarme, me sentía enormemente débil, mi cabeza caía hacia atrás al perder la conciencia por segundos, no quería que eso pasara, necesitaba seguir consiente, Andras es lo que había dicho…

– Resiste Mia… –escuchaba a lo lejos, las voces de mis amigos, sentía un poco de aire fresco sobre mi piel, quizás estábamos saliendo o iban corriendo, yo no podía ver nada.

– Lo…lo siento –alcance a murmurar.

– Estarás bien cariño no te preocupes…

– Edward…

– Reacciona cariño soy Bill, cariño soy Bill…