Génesis [Capítulo 1.004] Las ideas del C.U.M.

Comenzando el día con la maldita prisa de siempre, la cita para ambos era a las nueve de la mañana. Tumbado en el sillón a punto de quedarse dormido Moritz alega.

­– Por no mí no hay ningún problema si no vamos a esa estúpida excursión.

– ¡Listo! Terminé –bajé de un brinco las escaleras hasta llegar a él.

– ¡Vamos Maureen! Yo sé que no quieres ir –me jala de un brazo y su fuerza me hace caer encima de él en el sillón. Mi cabello largo se amontona frente a mi rostro y se desparrama por todo su dorso.

– Pues sí, efectivamente no quiero –quitando mi cara de su pecho donde se estampo, me siento a un lado suyo con las piernas sobre las suyas– pero en mi estúpida escuela esa excursión cuenta para calificación.

– Lo que yo no entiendo, es por qué amontonan a todas las escuelas de la cuidad el mismo día, en el mismo lugar, a la misma hora.

– ¡Oh Moo! No te quejes te veré a la hora del largo receso que nos dan… ¡Sonríe hermano! –extiendo sus mejillas simulando una sonrisa, él muy lindo se deja manipular.

– ¿Sabes sí nos iremos en el mismo autobús?

– ¡Ja! No lo creo…

– Muy bien, ¿ambos están listos? –mamá baja las escaleras con prisa agitándose el cabello aún húmedo con la bolsa echa bolas y su bata blanca en el otro brazo.

– Sí –contestamos haciendo una, nuestras voces.

– De acuerdo –mira para todos lados buscando algo– los llevaré a donde… ¿A dónde los tengo que llevar? –nos pregunta, encontrando por fin las llaves de su auto sobre la mesita donde Moritz tiene arriba los pies, al mismo tiempo le da un golpe en ellos para que los baje y éste lo hace con sorna mientras se levanta.

– A la plaza central donde se arremolinarán todos y serás una más de esas madres que hacen tráfico formándose en doble e incluso triple fila –arrastrando los pies y colgado de mí espalda, le dice mi hermano a mamá que da pasitos rápidos para llegar al auto por culpa de los altos tacones que se puso esta mañana.

– ¡Georg! Por favor suelta a tu hermana, la haces más lenta…

– ¡Gracias mamá! –refunfuño. Eso para nada fue un gran cumplido de su parte, Moritz solo sonríe tontamente y me da un beso en la mejilla.

– ¿Adelante o atrás? –me pregunta Moritz.

– Me da igual…

– Está bien, vete adelante, porque quiero dormir en el camino.

En el trayecto mamá se fue quejando de su nuevo paciente y no perdió la oportunidad de recordarme que en el momento en que pudiera pondría en mi boca un aparato medieval causante de dolor para tener una sonrisa de modelo de revista, solo tuve que mostrarle una mirada al toldo del auto para mostrar mi inconformidad a la estética y vanidad, qué más daba si los tenía o no, seguiría teniendo una boca con que comer, decir disparates y maldecir lo que me pareciera incorrecto; la diferencia era el dolor, dolor que podíamos evitar.

Tan pronto como deseé que esa conversación terminara, mamá anunció que nos teníamos que bajar. Moritz se quejó de lo pronto que habíamos llegado y la verdad es que tardamos treinta minutos pero de un segundo a otro ya estábamos ahí. Tan fácil me era imaginar que las cosas pasaban a una velocidad que los demás no comprendían más que yo y que muchas veces podía disfrutar que las cosas duraran lo que se me diera la gana. Sólo lo deseaba y era un placer meramente mío y de mis alucinaciones tontas.

Entre la multitud de pubertos que rodeaban cada costado que existía, profesores con llamativos chalecos y altavoces en mano nos arriaban a sectores correspondientes de cada escuela. Tomada de la mano de Moritz, dos de sus compañeros se nos a cercaron, no los conocía o no recordaba a ciencia cierta. Éstos le lanzaron tremendas miradas a mi hermano alternándolas a mi persona.

– ¡Wow! Georg, tan callado que te vez en la escuela y te has conseguido una de las nenas del Colegio de Mancher ¡eh! –dijo uno de cabello corto, como el de un soldado.

– ¡Idiota! –le exclamó mi hermano– es mi hermana.

Ambos chicos se quedaron completamente idiotizados mirándome y seguramente encontrando las pocas similitudes entre ambos ya que para mí edad y por ser una niña, era exactamente de la misma altura que Moritz toda la familia decía que era demasiado raro que ambos tuviéramos el mismo desarrollo y al mismo tiempo; en cuanto al físico: nuestro cabello ondulado y de un tono rubio extraño (el de él más oscuro que el mío) muchas veces nos delataba; su cara comparada con la mía era afilada, los labios eran tan similares entre sí y a la vez diferentes, la curvatura de Moritz iba hacia abajo mientras que la mía hacia arriba. Con lo que a la familia le encantaba jugar era con que a cada uno nos habían adoptado de diferentes lares, nuestro no parecido en los ojos, los suyos de un jade chispeante y vivo, los míos, de un azul grisáceo cambiante. Pocos eran los que realmente identificaban a la primera que éramos mellizos o hermanos, la mayoría del tiempo, creían que era su novia y eso nos causaba risa y nos sacaba de muchos problemas.

Un señor que se me hizo medianamente familiar, portando el pulcro uniforme de la escuela se acercó a mí con actitud imponente y amarga.

– Señorita, disculpe, pero está en el apartado incorrecto –dijo él mirando de una manera denigrante a mi hermano y sus amigos–, usted debe ir a aquella zona donde están los alumnos del C.U.M.

– De acuerdo, ya voy –dije a regañadientes haciéndole una bonita mala cara. De esas que me salían tan bien.

Me despedí de mi hermano y sus locos amigos.

Lo que le preocupaba a todos y cada uno de los maestros, era que los alumnos se mezclaran y se subieran a diferentes autobuses para amedrentar a los demás. Cosa que no siempre les salía al cien por ciento con eficiencia, los jóvenes de ahora solemos ser más astutos que los viejos que llevan cada año haciendo la misma ridícula excursión.

Al encontrarme con las familiares caras de la escuela me sentí acorralada con ganas de salir de ahí e ir al extremo donde la diversión y aventuras se pondrían mucho mejor con los de la estatal de Mancher, extrañaba sin duda a todos aquellos que alguna vez fueron mis compañeros. Pensando en mil cosas y quedándome mirando a la nada recargada en un poste de luz, llegó a atajarme Ishkand con su singular alegría de todos los días. Detrás de ella un poco más reticente Jem.

– ¡Hola solecito! –Ishkand me plantó un sonoro beso en la mejilla y abrazándome por detrás y se quedó abrazada a mí mientras que Jem solo extendió y agitó su mano.

– Hola chicas –respondí con el mismo entusiasmo de Ishkand– listas para la diversión en el aburrido museo –puse los ojos en blanco.

– ¡Vamos no puede ser tan malo! –dijo Jem.

– ¿Ah no? –respondimos a la par.

– Bueno, escuché que trajeron una exposición del cuerpo humano…

– Ahhh –exhalamos Ishkand y yo.

Esa Jem de pronto le daban sus ataques de ñoñez masiva y ni quien le pudiera decir algo. Lo cierto, es que lo único divertido de todo eso era que podíamos mezclarnos en el descanso de las dos de la tarde con todos los chicos de las diferentes escuelas, eso sí era divertido y era ahí era sumamente difícil para los profesores volver a subirnos en nuestro debido autobús.

Para cuando Jem terminó de decirnos todo lo que había investigado de lo bueno que era la exposición, uno de los prefectos nos ordenaba con fuerza que subiéramos de inmediato al autobús, miré a lo largo de la plaza la cual ya se veía claramente solitaria, eran contados los alumnos que seguían fuera de su respectivo transporte. Subió Jem, Ishkand y al último yo, afortunadamente cuatro lugares casi hasta el fondo estaban vacios.

A medio autobús había reconocido a la niña de la reserva rusa con la que compartía un par de clases, sólo recuerdo su apellido, Borst, platicaba con uno de los rostros también familiares y muy sonados de la escuela por ser quien era: Mia Dumarc. Su vista se desvió un segundo de la chica rusa y se posó en mí, no tenía interés en ella, me daba completamente igual, me aburría el alarde que hacían por ella y la otra que se sentó a unos lugares adelante, Dirce, solo porque eran relativamente conocidas en Mancher una por ser bailarina de ballet y la otra por salir en los catálogos de ropa y revistas de moda a sus cortas edades.

– ¡Hola! –dijo discreta pero lo suficientemente audible Borst.

– ¿Qué hay? –le respondí poniendo mala cara.

Y no precisamente para ella sino para la mirada pesada que me dirigía Dumarc, de cuándo acá esa niña me miraba, con eso tampoco me sentía invisible ante los de la escuela, pero enarcar su ceja al mirarme me dio la impresión de prepotencia en su diminuta persona. Borst siguió parloteando y como si yo hubiera creado un malestar en Dumarc, ésta se volteó de nuevo para la plática de su amiga…


… Γ έ ν ε σ ι ς …


– De verdad Chiara no puedes ser tan rara –llevaba semanas con la misma cantaleta hacia Chiara

– No es nada, no hay nadie, estoy concentrada en mis estudios.

– ¡Ay por favor! Tenemos quince años no me salgas con eso. Mira yo también estoy concentrada en mis estudios del C.U.M. además de concentrarme en mi carrera de A.I.M. como bailarina y con todo eso me gusta un chico de aquí del C.U.M. y otro en A.I.M. Es normal Chiara después de tanto estudio nuestra mente necesita un descanso, distraerse con algo –iba a reprocharme mi argumento cuando la callé de nuevo– ¡Y! la iglesia no cuenta.

Mi amiga podía llegar a ser desesperante hermética y yo sumamente curiosa y esa no era una buena combinación. Yo juraba que Chiara suspiraba por alguien del Colegio, pero no me quería decir quién era. No comprendía mucho aún de su forma tan hermética de ser y si fuera un poquito menos aprensiva creo que se llevaría mucho mejor con todos los especímenes con los que compartimos las clases a diario.

– Es que nunca me haría caso, entiendes…

– ¡Ajá, lo sabía! Sí hay un alguien, dime quién es, quién, quién, quién…

La tenía totalmente acorralada, no tenía salida, era cuestión de casi nada y por fin uno de todos los chicos del colegio era el afortunado ganador del corazón de “la chica de hielo”, bueno yo no debería decirle así pero tanto escucharlo, uno termina por repetirlo, entre que venía de la helada Rusia y lo seria que era, básicamente se lo había ganado a pulso. Lo mejor de todo era que por fin sabría quien era él…

– Pues es más grande que nosotras.

– Ah es de otro grado, sí, sí ¡Nombres!

– Se llama… ¡Hola!

– ¿Hola?

Tanto tiempo intentando que me dijera quien era el niño que le gustaba, para que justo cuando me va a decir el nombre, pase aquella otra niña Zandervang y la distraiga, creo que volteé a verla con mirada asesina y la ceja bien levantada, como diciéndole «Aléjate». La verdad es que no había sido mi intención y seguramente en otro momento hasta también le hubiera recitado también algún saludo de verdadero compañerismo pero cómo se le ocurría distraer a mi amiga en el momento exacto y entonces fue demasiado tarde Chiara siguió hablando que si el museo, que si el reporte, que si el maestro. Era batalla perdida ya no me diría quien le gustaba, por lo menos no en ese momento.

Al mismo tiempo sentí una extraña sensación de haber consumido gran parte de mi propia energía, de alguna manera en la que no tenía idea de cómo o por qué.


… Γ έ ν ε σ ι ς …


Todo es tan oscuro como la verdad lo es.

Tan extenso como la realidad pueda ser.

Tan fuerte como quieras que sea la existencia de tu sentir.

Las respuestas en tu camino son encontrar la diferencia.

Todo es tan nítido tal cual lo ves.

El equilibrio es un juego de niños.


Un zumbido, una desesperación, una horrible frustración fue lo que la aquejó.

– Respira profundo como te he dicho –le exclamo a su lado en voz baja para que cualquiera que esté a nuestro alrededor no se entrometa.

– Para ti es tan sencillo decirlo –me reprocha– tú siempre con tus buenas intenciones y no sabes la tortura que es sentir esto Drako.

– Lo sé, discúlpame Dirce, solo quiero que no te sientas mal, no me gusta verte mal.

Lo peligroso aquí era que las tres estaban juntas, las tres mirándose entre sí.

Si él no supiera por anticipado las grandes y monstruosas cosas que hacen juntas no me hubiera mandado hoy, aquí, en este momento. A cuidar de mi Dirce, de mi adorada niña, ella no sabe lo que el futuro le espera, que son grandes cosas, siempre y cuando la protejamos de ellas. Ésas que solo han causado grandes conflictos a nuestras vidas con sus horrendas presencias en este planeta, si estuviera en mi mano ya hubiera hecho que cada una desapareciera de la forma que se merecen.

El momento en que más pánico sentí fue cuando la rubia se quedó a escasos metros de las otras dos, como si la fuerza misteriosa que las encanta y las hace ser detestables las llamara con la mente, a las tres, si eso ocurría Dirce explotaría.

Cerré los ojos imaginando que estaba en aquel lugar de concentración, haciendo a parecer el cuarto oscuro en mi mente, los años de práctica lo hacían cada vez más rápido. Haciendo que la mente de los demás se nublara por un segundo hasta llegar a la que realmente quería. A la de ellas. Encontrarlas no me fue difícil, sabía ya perfectamente a estas alturas de qué color eran, de qué forma y fuerza; a esta edad, débiles por cierto, eso facilitaba mi trabajo aunque estuviera en el cuerpo de mi propio yo a una joven edad, esto ya era pan comido.

Pude crear un estallido psiónico justo en el momento exacto en que la rubia pretendía dar un alarde de compañerismo, con lo dispersas que estaban sus mentes en ese momento y la sarta de tonterías que cada una estaba pensando al mismo tiempo, sumamente diferentes, una sensación de repulsión pude crear en una de ella, desconcierto en otra y dejar a la tercera con su drama infantil de estudios…

Quién iba a decir que esto sería de lo más fácil con tan solo regresar un poco el tiempo a nuestro antojo.


… Γ έ ν ε σ ι ς …


– ¡Apúrate! –gritoneo Ishkand desde el fondo.

Caminé entre el estrecho pasillo para llegar a mi lugar, Jem e Ishkand se sentaron en la barra trasera con los demás chicos que habían apartado los lugares, me dejaron sola en la siguiente fila de dos asientos. Todos parloteaban, el barullo era grande, sin duda sería un largo viaje sin destacar aburrido. Miré por la ventana tratando de no enfocar mi mente a lo desagradable que esto podría ser, los prefectos estaban en un círculo cerca de los autobuses seguramente deseándose suerte para soportarnos durante las próximas horas. Pensando en nada y todo a la vez, no prestaba atención a la plática de las chicas que reían con una de las ocurrencias de los chicos, sonreía por compromiso pero la verdad mi mente divagaba.

Jem de pronto se puso tensa y fue en ese momento en el que quise inmiscuirme a la conversación que todos tenían pero nada de lo que decían se refería a ella como para que se pusiera sería y rígida como una vara, es más los chicos ni siquiera lo habían notado y eso que ella estaba en el centro de todos. Miraba al frente, como poseída. Lo siguiente que sentí fue un estremecer en todo mi cuerpo, alguien había decidido hablarme al oído y activar sensaciones…

– Hey, hey. Hola.

Su voz fue un susurro. Volteé bruscamente quedando a centímetros de su cara, una muy sonriente y llena de orgullo. Centímetros fueron.

– ¿Qué rayos haces aquí? –sorprendida, asustada y acalorada, lo miré.

– Me cambié de autobús, el mío estaba muy aburrido.

– Y ¿tú hermano? –reaccioné de golpe recorriéndome al asiento pegado a la ventanilla y rápido se sentó junto a mí.

– Bill, Bill se subió a otro. Creo que Andreas y él encontraron un par de chicas en otro autobús de tu escuela. Hay chicas muy lindas en el apartado elitista de Mancher ¡eh!

– ¿Quién es Andreas? –me acomodé sentándome sobre mis piernas, evidentemente me puse de pie y pude notar que la poseída mirada de Jem no era para mí o tal vez sí y para Tom también. Me causó cierta incomodidad e incluso pensé que solo nos miraba esperando el momento en que Tom le dirigiera un simple saludo, el cual nunca le llegó. Él simplemente siguió en lo suyo.

– Un amigo…

– ¿Qué… qué no tienen nada mejor que hacer que meterse en problemas ustedes dos todo el tiempo?

– ¡Vamos aburrida! Te pareces tanto a tu hermano.

– Será porque lo es. Ahora que lo mencionas, me hará pedazos si se entera que te apareciste en mi autobús…

– ¡Bah! Patrañas, hasta conseguí un ridículo chaleco de esos que usan aquí en tu escuela –hondeó con mano triunfadora el chaleco en lo alto.

– Eso significa que no te bajarás de aquí ¿cierto?

– ¡No lo arruines! Tuve que darle dinero a un relamido niño de tu escuela para que me lo diera ayer y debo devolverlo mañana. Por lo menos déjame sentirme de “la alta” ¿no?

– Pues en estatura nos fallas –me burlé.

Eso me tomó por sorpresa, a santo de qué Tom se tomaba la molestia de hacer y pagar cosas. Ahora que lo tenía aquí, comenzaba a sentirme un poco incomoda, la mirada fija y penetrante de Jem atravesaba lo grueso del respaldo del asiento haciéndome sentir más nerviosa de lo que me ponía la presencia de él.

Tom, era un chico que rondaba por Mancher, venía hasta acá a la escuela, en la de Moritz justamente, era dos años menor que nosotros, demasiado divertido y vivido para la edad que tenía. Él y su hermano nos encontraron a Moritz, Gustav y a mi mientras merodeábamos por un festival de música; mi hermano y su amigo se subieron a una tarima donde había una batería y un bajo libres para tocarlos y ahí fue cuando los dos gemelos se nos acercaron. Tom de vestir raro, muy diferente todo el tiempo de su hermano por maña o complejo, portaba su ropa ancha, usaba unas lindas rastas rubias a la altura de sus hombros y aunque era más bajito que yo, algo me llamaba la atención de él. Probablemente el lunar en su mejilla que lo diferenciaba millones de su hermano Bill. Lunar, que me recordaba los que yo también tenía en una de mis mejillas y me diferenciaba de mi hermano.

Un día que salía tarde de la escuela, Moritz debió pasar por mí por órdenes de mamá, tuve que esperarlo un poco en una de las bancas de un parque cercano a la escuela porque había tenido ensayo con sus amigos en el garaje de Gustav. Ahora, Bill, Tom, mi hermano y Gustav formaban una banda rebelde. Como todos unos niños chiquitos, ese día venían jugando y molestando a Bill entre Tom y mi hermano, antes de que estuvieran lo suficientemente cerca Jem babeaba y hacía comentarios de Tom. Lo idolatró desde el primer segundo que lo vio, se lo devoró con la mirada. Tom como todo un torpe ese día le siguió la corriente a Jem.

Mala idea, malísima idea. Jem desde ese entonces solo se me acercaba para ver cuando podía volver a ver a Tom en las noches que los acompañaba a los bares de la redonda o fiestas donde tocaban; mi amistad a Jem no le interesaba realmente y a mí me fastidiaba de vez en vez los temas de conversación que se tejían cuando nos quedábamos solas. Su amor platónico se volvió Tom y ese idiota como siempre solo estaba divirtiéndose, aunque… cómo le decía a Jem que Tom le había confesado a Moritz y a su vez él a mí que no le interesaba, ni siquiera para besarla. Una idea peor de su parte fue que viniera a nuestro autobús justo hoy. Así de menso solía ser Tom.

Bueno, aunque después de un par de minutos con Tom fingiendo ser un alumno del Colegio de Mancher, tan bien como pudo y su plática tonta y variada, Jem pasaba rápidamente a último término, a excepción de cuando Tom se acercaba lo suficiente a mi rostro y no tan solo yo lo esquivaba o lo aventaba sino que Jem hacía ruidos o me preguntaba cosas estúpidas del tema que tenían el resto. Eso sí me hacía sentir mal y no era que sintiera lástima por Jem pero no hubiera querido estar en su lugar mirando como Tom (en caso de que me gustase lo suficiente como ella) estuviera coqueteando con “mi amiga” pero Tom no se rendía fácilmente a sus tontos trucos. Más de un centenar de veces tuve que moverme o girarle su cara para que no se fuera a estampar con la mía.

Deseé con todo fervor que a los tres el viaje se nos fuera como agua y lo logré, cómo, no sé y aunque eso fue lo único bueno en ese momento, el resto, fue una fatalidad. El prefecto se levantó del asiento y gritoneo que habíamos llegado, todos se soltaron a gritar de felicidad y levantarse como bólidos de los asientos, entre su relajo, Tom me tomó por sorpresa con su mano poniéndola en mi cara, me giró a él para besarme, lo intentó una vez y a penas rozó mis labios que se mantuvieron inmóviles para después alejarme de él, me jaló de nuevo y lo hizo con tanta ímpetu que su mano en mi cintura hizo estragos para que no pudiera negarme del sabor suave que provenía de sus labios que era un tanto adictivo y era la razón por la cual la primera vez que tuve contacto con él decidí negarme a hacerlo nuevamente, esta vez había débil. Cuando abrí los ojos Jem bajaba furiosa del autobús por la puerta trasera que estaba frente a mí. Repentinamente me sentí una basura.

Afortunada o desafortunadamente en el recorrido del museo nos separaron de Jem, Ishkand sin chistar y entendiendo mi punto pero sobre todo apoyándome se fue con ella y yo me quedé con Tom que hizo de esa rara exposición menos turbia de lo que a primera instancia parecía. En ningún momento nos cruzamos con chicos de otras escuelas y cuando llegó uno de los prefectos a regañarnos por retrasarnos del grupo, también lo hizo con Tom por traer de bandera el chaleco de la escuela, así, entre su playera mil tallas más grande que él, tuvo que ponérselo. Se veía ridículo y él iba enfurruñado.

A la hora del descanso, en uno de los grandes jardines, con estilo decorativo simulando un bosque, lo suficientemente grande para meter a los miles de estudiantes de nuestro nivel, me sentía tan divertida con Tom que me excluí de los de mi grupo para comer con él unas pizzas acartonadas y sodas sin mayor chiste, en el camino a ningún lugar en especifico, nos cruzamos con Andras que curiosamente venía de la mano de su hermano, Bill.

– Así que la chica era Andras ¡eh! –murmuré para Tom antes de que estuvieran cerca y nos escucharan. Él se encogió de hombros.

– Hola chicos –dijo alegre Andras.

– ¡Hey! ¿Qué hay? –saludé a ambos de beso en la mejilla.

Pronto Bill acaparó la atención de Tom y se alejaron un par de metros de nosotras. Mi relación con Andras era divertida, estábamos juntas en clase de dibujo, fue hasta el noveno grado que nos dimos cuenta que estábamos juntas y generalmente éramos equipo en todo de un tiempo para acá, ella también tuvo la fortuna de estar conmigo aquel día en que mi hermano y ese par fueron por mí, Andras se había comportado o por lo menos no hizo algún comentario más allá que a mí me indicara algo entre ella y Bill.

– ¿Has visto a Jem? La perdí de vista hace ya un buen rato y… –dejé mi frase al ver su cara.

– Jem está…

Cortó su frase señalando con la mirada por donde ella iba justamente pasando. La primera imagen que fue captada a mi cerebro fue desconcertante, sentí como el ambiente se convirtió a uno en cámara lenta, hiriéndome. Jem con la tez blanca en su rostro, sus mejillas coloradas fulgurosamente y sus ojos muy hinchados me miraron desde una distancia de diez metros o menos, con recelo, se notaba claramente que no había parado de llorar. En su mirada había dolor y tristeza. ¿Cómo era posible que yo con mis estúpidos actos hiciera sentir así a la gente?


Sólo causas daño a los que tienes cerca.


Una voz en mi cabeza, una ajena. Me atormentaba. Era cierto, estaba haciendo sufrir a una chica que quería a alguien y yo no estaba segura si lo quería a él…

– ¡Vamos Maureen! Tampoco te pongas así –la voz cálida de Andras me distrajo de la fuerte mirada de Jem– sí, Tom es… pues bueno, Jem parece frágil y solo es enojo del momento, ella asegura estar bien. Y lo estará no te preocupes.

– ¿Bien? –rebatí– mírala cómo está Andras ¡Por mi culpa! Porque me dejé besar por Tom.


Tú no te dejaste besar, lo hiciste con toda la intención de herirla. No finjas Maureen.


Repitió esa voz de tormento mezclándose con la voz de Andras.

– Maureen, ven, tranquila. No pasa absolutamente nada. Además –soltó un quejido– Tom es Tom…

– ¿Ah? ¿Cómo afirmas eso Andras? Si los acabas de conocer…

– Bueno –dice tranquila sin parecer apenada– Bill y yo hemos salido un par de veces ya desde que nos presentaste, esto de que se cambiaran de autobús fue planeado –enarco las cejas mostrándole mi sorpresa.

– ¿También que Tom fuera al mío?

– Sí básicamente, sí. Le pagamos a Leandro para que nos prestara un chaleco. No puedes negar que fue divertido.

– ¡Ah vaya! De cuando acá tan…

– ¡Ash Maureen! A veces eres un poco lenta con lo que pasa a tu alrededor.

– Lo tomaré como uno de tus tan certeros halagos hacia mi persona –ella solo bufó– lo único que me preocupa en este momento es Jem.

– Ella estará bien, es solo un berrinche sin importancia, pronto comprenderá –la miré de una forma bastante hostil–. De acuerdo parece que no comprendes ¡Eh!

– ¿Comprender qué?

– Le gustas. A Tom. Bueno, eso me lo confesó Bill –encogiéndose de hombros me quedé atónita a sus palabras.


“Le gustas… le gustas… le gustas.”


Rebotó en mi cabeza millones de veces, millones. Pasé sentada junto a Andras ausente, zombi. Durante un largo tiempo mientras ella y los gemelos, Bill frete a mi y a un lado de ella y Tom a un lado mío, platicaban sin parar de cosas…

Pedí de vista y de mi mundo a Jem, sin querer me alejé un poco y de ellos me levanté en silencio y sin decir nada, ellos también me ignoraron un tanto; los veía platicar alegres pero no era capaz de distinguir completamente todos los objetos de mi visión, mi alegría o lo poco que quedaba de ella se esfumó cuando vi llegar con paso desenfadado a Moritz y Gustav. Sentí un vuelco en el estomago.

Había olvidado que le prometí encontrarnos y él me encontró o eso intentaba. Saludaba con una risa ancha a todas mis amigas, haciéndose el panorama borroso, no pude identificar quién le señaló mi ubicación. Conforme se acercaba la sonrisa con la que llegó se le desapareció. Al llegar a mi estaba completamente serio podría jurar que era un absoluto reflejo mío.

– ¿Qué te pasa? –no despegué la mirada del pasto y me enfoqué en las agujetas sucias de los tenis que llevaba puestos ese día.

– Nada.

– ¿Qué te hizo Tom? –su voz era de burla.

– ¿Qué? –levanté la mirada con indignación– tú también sabías que él…

– Sí Moo y le dije que no lo hiciera pero no sé quién le consiguió un suéter de tu escuela, a Bill también. ¿Te hizo algo ese enano de mierda?


Él no, claro que no. Tú eres la que lástima personas. Tú y nadie más.


– ¡Ash! – exclamé por esa tonta voz.

– ¿Qué, Maureen? ¿Dónde está ese idiota? ¿Qué te hizo?

– Cálmate, no lo digo por eso. Ni siquiera estoy enojada con nadie, mucho menos con Tom– mordiéndome la una del dedo pulgar de mi mano derecha respondí de una manera atrabancada.

– ¿Entonces?

– Conmigo –farfullé– por hacer sentir mal a las personas con mis acciones y después mi asquerosa mente me lo eche en cara de la forma más vil y cruel… cómo puede ser posible que nuestro propio cuerpo se vuelva contra nosotros.

– Ven acá Moo –me extendió sus brazos y a ellos fui con rapidez, él se había acostumbrado a mi extraña forma de decir las cosas y siempre era mi apoyo incondicional– ¿es esa sensación de esa que tanto me hablas?

– ¡Uhum! –contesté con el sonido de mi garganta, sentí como hizo eco en su pecho.

– Todo va a estar bien Moo bonita.

– Te quiero Moo –le respondí.

– Sabes que cuentas conmigo todo el tiempo que quieras y que eres lo más importante que me ha tocado proteger y lo haré siempre que pueda, solo aleja esas malas ideas de tu cabeza –dijo con tono dulce y acompasado– a veces las cosas pasan por algo.

La sensación de malestar se esfumó con las palabras bonitas de mi hermano, nos acercamos al grupo de mis amigos aunque me mantuve relativamente ausente; por momentos elevaba la vista a Tom que lo tenía justo frente a mí a un lado de Jem y éste me miraba y desviaba su mirada cada que me encontraba con la suya. El regreso a casa fue de lo más incomodo.

Si recordaba el beso de Tom inmediatamente se mezclaba con los ojos de Jem, ensimismados a las palabras de Andras con la voz culpándome por lo mala persona que soy. La culpabilidad me estaba ganando. Tom sólo iba a mi lado…


… Γ έ ν ε σ ι ς …


Todo es tan blanco como lo quieras ver.

Tan extenso como tu mente pueda ser.

Tan frágil como quieras que dure la existencia de tu sentir.

Hallarás la respuesta en tu camino si encuentras la diferencia.

No todo lo que puedas ver será nítido.

Siempre habrá que encontrar el equilibrio.


No todo es blanco… no todo lo es…

Me levanté con la nula fuerza en los brazos que aun guardaba en ellos. La frase de entrada se había quedado incrustada en mi cabeza como un disco de antaño rayado. Intenté llevar más aire a mis pulmones, de alguna mala forma me sentía sofocada y sentía el ambiente pesado y caluroso con el de una playa en verano. Los parpados me pesaban toneladas.

Torpemente me llevé la mano a la cara sin ninguna dirección exacta a la cual reconfortar. Algo tibio se interpuso como sensación en la palma de mi mano. Ya imaginaba que había podido ser, cerré mis ojos esperando que no fuera, que no lo fuera o una vez más habría fallado. Los abrí y provocando un contraste de terror con la pulcra habitación que ahora parecía punzantemente en mi cabeza de lo justo a mi tamaño para poder moverme y encontrar la salida en cualquiera de sus puntos en la que estuviera, me costaría trabajo encontrarla, estaba mareada, nauseabunda y manchada de sangre, al menos ésta no corría a borbotones por mi nariz. Comenzaba secarse dejándome pegajosa.

Las lágrimas de frustración comenzaron a recorrerme por las mejillas y cayendo al suelo en el que me había recostado, sonoramente como si fuese el eco de una tubería descompuesta en una vieja alcantarilla, aquel eco, solo correspondía a lo mal que había actuado. Una vez más.

Me pedí una oportunidad para rectificar y encontrar el error. No lo logré.

Gasté mi energía, más de lo que debía. A eso le debía la sangre que brotó por mi nariz. La descompensación y los efectos secundarios de haber traspasado los límites sin solución repercutían en mi cuerpo con el cansancio aplastante que me dominaba. Mis lágrimas siguieron corriendo una tras otra. Tan solo pensar en querer mover un músculo para ponerme de pie provocaban que lo blanco de la habitación se convirtiera en gris y amenazará a mi estomago de muerte.

¿Por qué no fui capaz de encontrar el error?

¿A caso no era ya lo suficientemente capaz de manipular mi ser para identificar la maldad?

¿Ellos ganaron una vez más?

En medio del barullo de mis pensamientos y las imágenes de mi hermano abrazándome se escuchó un clic tronar.

– ¡Oh por Dios! –su voz sonó más asustada de lo que hubiese imaginado. Para estas alturas ya debería haberse acostumbrado a vernos constantemente así– ¿Estás bien? Dime que lo estás por favor.

Hubiera querido gritarle que lo estaba pero con una torpe sonrisa quise reconfortarla.

– Solo es un poco de sangre –bisbisé.

– ¡Un poco de sangre! ¡Un poco! –renegó enfadada.

Entre mi malestar mi atención se enfocaba en su cabellera perfectamente cortada a la altura de su medio cuello, con ese tono chocolate misterioso que tanto le gustaba. Sus ropas impecablemente blancas hacían de Andras un ser pacífico y el mareo comenzó a desaparecer poco a poco cuando su mano tocó mi frente.

– No debiste ir sola –enfurruñada, en cuclillas, seguía regañándome por mis precipitados actos– cuando van a dejar de ser tan atrabancadas.

– Algún día –me las ingenié para responderle– cuando terminemos esta ridícula bata…

– No es un enfrentamiento medieval. ¿Cuándo van a comprender? ¿Cuándo sea lo suficientemente tarde? ¡Eh!

– Andras… Andras –medio canturreé– Te quiero Moo… Te quiero Moo…

– ¿Maureen? Maureen contrólate, vamos…

– Te quiero Moo… Le gustas… Le gustas… Te quiero Moo…

– ¡Diablos! –escuché levemente su voz – estás ardiendo en fiebre.


Fue lo último que escuché antes de caer inconsciente y esta vez, quién sabe cuánto tiempo iba a durar.






Ve al blog de Esme & Cassie y lee la descripción de la semana de los personajes en este capítulo.